18 sept 2013

Si no trae "caramelo", ¿compraría las chocolatinas?

Era una época en la que para votar, se necesitaba depositar una papeleta con el nombre del candidato y su partido en una urna, cuando a la gente le pintaban el dedo con una tinta indeleble, la época en que mi hermano gemelo y yo nos íbamos a pie al colegio en el barrio Laureles en Medellín. Fue un lunes y todas las calles estaban llenas de basura, producida por los vestigios dominicales de papeletas no válidas que eran repartidas y tiradas "a la jura" para persuadir a los electores de que votasen por tal o cual candidato.

Unas más mugrosas que otras, las recogíamos para leer algunos nombres impronunciables de ciertos candidatos, reirnos, y así entretener nuestra tediosa caminada matutina. "Fulanito de Tal" y volvíamos a tirar la papeleta, "Peranita de Cual" y al piso, "Perencejo de Aquél" y al piso, "Dodo"… ¡El Dodo!

No recuerdo exactamente qué año era ni qué edad teníamos, pero con nosotros y con otras generaciones creció la afición dulce de llenar el "álbum de chocolatinas", Álbum de Historia Natural de la Compañía Nacional de Chocolates, que tenía 508 láminas acompañadas de textos educativos con los cuales aprendimos que las mejores naranjas se producían en Valencia (España), que uno de los nidos más extraños lo hace el pájaro glorieta, que el vólvox es un alga y que, entre muchas otras cosas, el dodo fue llevado a la extinción por cazadores inescrupulosos.

Igual que muchas otras cosas de mi niñez, ese álbum fue para mí gran fuente de entretenimiento, conocimiento, disciplina y dedicación. Y aseguro que cientos de personas en mi país se sienten identificados con varias cosas que intentaré describir a continuación y que ilustran aquellos tiempos en los que no existía Wikipedia ni Angry Birds, y en los que "la Nacional de Chocolates" tenía los ojos puestos en crear cultura de consumo con un solo álbum que se podía heredar de padres a hijos hasta llenarlo.

Hermes era uno de esos que se hacía algunos pesos con el comercio e intercambio de láminas repetidas y sobre todo con las escasas, otro era Jorge Luis, pero el segundo, aunque vivía en el mismo edificio, era más difícil de encontrar que el "calamar de las grandes profundidades", porque a diferencia de Hermes, que nos llevaba dos años más cuando mucho, Jorge Luis ya era un adolescente con toda una vida social y laboral activa.

Había que caminar varias cuadras en el barrio López de Mesa, donde vivíamos más pequeños, para ir donde Hermes; que vivía detrás de la cuadra de las tiendas -creo que detrás de la revueltería de Rufo-. Por la ventana uno llamaba al encargado de las laminitas y abrían la puerta meticulosamente, como si fuera una de esas prenderías en la calle Cúcuta y aparecía él con un maletín de lona verde militar y tapa colgada, que cerraba con un par de mariposas de cobre rubio y que borroso en letras amarillas todavía rezaba: HONDA. En ese taleguito raído y manchado estaban guardados un álbum lleno, otro en proceso y varios atados de láminas envueltas con una banda elástica, separados por rangos de números que obedecían a la lista de llenado del álbum, esa lista hecha en papel cuadriculado que muchos guardábamos celosamente para monitorear el progreso de esa afición.

Uno de esos atados, metido en una bolsa plástica de almacenes LEY, era el de las láminas escasas, en ese envuelto tenía los patitos, el pitecántropo, la rana marsupial, el escarabajo unicornio, el naranjal valenciano, el vólvox, el calamar de las grandes profundidades, el dodo, la chinchilla, el jazmín oficinal, las inundaciones, el pájaro glorieta, el pez piloto y otras joyas que eran intercambiables únicamente por otras láminas escasas o por su equivalente en dinero. Como en todo tipo de colección el valor intrínseco y nominal no contaban, el mercado de las láminas lo dominaba el valor arbitrario que normalmente era dictado por los cambiadores que se sentaban en el cruce de Ayacucho con Junin, abajo de la librería La Anticuaria en el centro de Medellín, y que obedecía también a la oferta y demanda de esas láminas escasas; los "caramelos", como decimos en Antioquia. Se compraban desde $2 hasta $20, con el billete ese donde aparecía Francisco José de Caldas con un globo terráqueo. Hoy se consiguen en Internet

Primero fue el engrudo y con la evolución industrial y el ascenso económico llegó el colbón (supe ya viejo que viene de Cold Bond "pegante frío"), que hacían del álbum un pegote cada vez más grueso, el calibre de capas y capas de pegante añadido convertían ese folleto de 86 páginas en un cartapacio repolludo con un olor particular: mezcla de pegantes, chocolate, tinta de kilométrico y sudor de niño, que fue mejorado cuando el Pegastic revolucionó la manera de pegar caramelos sin regueros ni tarros resecos a los que sacarle la última gota era un proceso agresivo, burdo y en ocasiones peligroso… algunas curitas se vendieron por cuenta de ese destripar de tarros de colbón. "No huela eso que se envicia", nos decían, porque era delicioso el aroma del Pegastic… es como si en este momento estuviera destapando ese tarrito amarillo, un olor rico e inolvidable… levante la mano el que no lo olió, y el que no lo probó.

Hubo algunas veces en que confundidos, rehacíamos nuestras listas de caramelos, porque la imagen de ciertas láminas era actualizada, de manera que, por ejemplo, del planeta Marte llegamos a tener tres motivos distintos que como solución práctica pegamos uno encima del otro, solamente por el borde superior para poder ver debajo las anteriores presentaciones del mismo "cromo" -como también se les llama a las "monas" de los bogotanos y caramelos nuestros-. Había algunas imágenes poco atractivas para un niño, en especial la sección de geología en la que todo eran piedras y montañas, texturas indefinidas y poca importancia en materia de entretenimiento, en las plantas tampoco había mucha acción, eran los animales los que cautivaban nuestros sentidos y una fascinación especial por esas láminas fantasmas de las que se hablaba como si fueran mitos urbanos, nadie las tenía, y el que las tuviera, no las mostraba por miedo a un robo.

Esa tarde amodorrada en la que fuimos a la casa de Hermes conocimos algunos de esos fantasmas maravillosos y supimos que era posible algún día conseguir las láminas que dejaban muecas las páginas del álbum. Desde el comienzo -quizá nuestros papás nos los enseñaron- nos negamos a pagar por la adquisición de esas joyas educativas. Si habríamos de tener "los patitos" tendría que ser por la suerte de encontrarlos entre las envolturas de la chocolatina jet o por la transacción de otra "escasa", pero pagar por las escasas era trampa… ¡hasta lo venden lleno!

Luego vino la época en que los patitos dejaron de ser escasos mientras que otras laminitas continuaban con su condición fantasmal, los patitos dejaron de ser moneda válida para esos trueques, ya no con Hermes, porque habíamos crecido y vivíamos en otro barrio, sino con los compañeros del colegio. Menos niños nos hizo menos atentos al mundo del álbum, pero no nos hizo olvidarlo a pesar de que ya el premio ofrecido de $500 pesos por llenarlo era una bicoca (además de la perforación de todo el álbum). Era una meta en la vida, aunque se hiciera a paso de tortuga.

Encaramado en una repisa entre álbumes de fotos viejas, porque antes las fotos eran de papel, estaba ese documento arrugado y crujiente que esperaba ansioso a recibir, un poco maltrecho y manchado, al "dodo" que encontramos tirado en la calle entre papeletas para la elección de un congreso en un año perdido en mi memoria. Así fue como después de muchos años de paciencia, carbohidratos y aprendizaje, llenamos el álbum de chocolatinas, el de historia natural.

Mi hijo conoce el álbum de los animales y el de los animales prehistóricos y en peligro de extinción, que reemplazaron al viejo coleccionador que guió las vidas de muchos colombianos durante dos o quizá tres generaciones; aunque vivimos fuera del país, los familiares y amigos nos recogen los caramelos para llenar los álbumes de mi hijo, que los considero igualmente míos, y para él es emocionante pegar las láminas autoadhesivas y descubrir animales que conoce o que le son nuevos. Tal vez mi hermano conserve ese álbum, ÉL álbum que llenamos juntos por tanto tiempo y algún día se lo muestre a mi hijo y al suyo. A pesar de que mi esposa y yo le decimos constantemente lo valioso que es cuidar esos álbumes, la mística ya no es la misma; supe que lanzaron otro álbum nuevo que se llama Planeta Sorpendente… Ya no es gracia si cada equis tiempo sacan álbumes nuevos, "se perdió el valor de las tradiciones".

REMATE: el chiste que contaba Andrés Moreno con mucha frencuencia:
Primera escena: va una bañera volando por el cielo
Segunda escena: la misma bañera pasa al lado del edificio Coltejer
Tercera escena: la bañera se estrella contra un edificio
¿Título de la película?
Chocó la tina jet

Excusas: no guardé los vínculos de los dueños de las fotos, me excuso con sus autores

3 comentarios:

  1. Hermano, el Dodo nos lo encontramos sobre la avenida jardín empezando 1986 donde ahora hay una glorieta virtual, lleno de tierrita pero recuperable... Jet, o mejor dicho, CNCH en su afán de innovar está olvidando que llenar los álbumes requiere tiempo y algo de disciplina, cuando vi que descontinuaron el de los animales prehistóricos y salió este otro, dejé de recolectar caramelos, no vale la pena tener álbumes despoblados... casualmente, un ilustrador de Jet fue Juan David Román, de publicidad UPB, uno de "la nueva generación" es Milton Posada, que fue alumno mío en Publicidad UPB. ¿qué será de la vida de Hermes?

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  2. Viaje al pasado, por cierto recuerdo una exposición de los caramelos escasos llevados a escala que hicieron en el Museo de Antioquia, incluso aun recuerdo que repartieron chocolatinas Jet con un Empaque diferente, tenian plasmados al Canario y el Jabali en cada esquina aun la conservo como tesoro

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    1. Gracias por el comentario. Agradecería también si nos comparte la imagen de las envolturas

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