29 sept 2016

La reunión de hombres

Un nuevo vecino, recién llegado de Colombia, sonó a mi puerta. Me recordó su nombre y de dónde lo había conocido. Era un jueves y me dijo que estaba tratando de ampliar su círculo social en Montreal y de hacer nuevos amigos, y que precisamente a él lo habían invitado a una "reunión de hombres" y quería saber si yo lo acompañaba.

También iba otro colombiano recién llegado, que vivía en el mismo edificio, entonces al menos nosotros tres nos hacíamos compañía si las cosas no salían bien. Le dije que conversaba con mi esposa y le confirmaba, él vendría más tarde con más información y a recogerme.

¿Reunión de hombres? Eso me sonaba sumamente sospechoso. Podría ser cualquier cosa:
  • Ir a ver un partido de fútbol o de hockey
  • Ir a un bar de bailarinas desnudas
  • Ir a jugar billar
  • Sentarse en un bar a hablar mierda
  • Hacer un asado con mucha grasa y cerveza
  • O una cosa bien marica
Yo no estaba para nada entusiasmado, pero ella me convenció de acompañar al vecino. También a mí me convendría hacer nuevas amistades para ampliar mi red social y "ventilarme" por un rato haciendo algo distinto.

Cuando llegó el vecino, confirmó que se trataba de un asado de salchichas -ya capto: reunión de hombres- para conversar tranquilamente sin las familias, o sea, sin señoras ni niños. Mi esposa y yo nos miramos, y aunque dudando, aprobamos mi partida a esa reunión de hombres. Debíamos recoger en el camino a un par de personajes más.

Yo me babeaba, y a propósito me fui sin comer. Al llegar al primer destino, desembarcamos y tocamos la puerta para llevar a los otros hombres que participarían del asado. Salieron de la casa varios tipos y una señora, uno de ellos con librito debajo del sobaco y todos se saludaban y presentaban: "el hermano Tal", "el hermano Pascual".

Reunión de hombres
  • Hacer un asado con mucha grasa y cerveza
  • O una cosa bien marica
"Esto no pinta bien, pero esperemos a ver qué pasa", pensaba. Ellos aclararon que el asado era en la casa de otro "hermano" que vivía más lejos, en una casona al borde del río y que la velada sería excelente. Llegamos a la casa y nos invitaron a pasar fuera, no conocimos la casa por dentro; pero sí lo que el dueño había dicho que había pagado por ella y la trágica historia de fracaso y éxito que lo llevaron a tener tan exquisita propiedad.

Yo esperaba las salchichas y la cerveza.

Éramos siete u ocho tipos sentados al rededor de una fogata, tres mirando con sospecha. Llegó el anfitrión con una ponchera en la que traía la comida para asar. Cuatro salchichas y dos panes. Una, dos, tres, cuatro salchichas y uno y dos panes. Me dicen que "no sea reparón con la comida", pero éramos siete u ocho tipos y cuatro salchichas y dos panes.

1, 2, 3, 4; 1, 2

"Seguramente luego traen el resto", soñaba esperanzado: "más salchichas, costilla, mazorcas, cebollitas, chuzos y la cerveza". El anfitrión regresó a la casa y yo sonreía imaginando la comida. Al llegar, sacó un cuchillo y partió las salchichas y los panes de manera que contara para siete u ocho tipos.

"¿Cuánto fue que dijo que le costó la casa?" ¡Y dicen que están esperando más invitados… no joda! Me comí mi pedacito de salchicha y el pedacito de pan y traté de hacerme al ambiente. Luego del banquete, uno de los asistentes, el del librito, lo abrió y leyó no sé qué pasaje de la Biblia sobre el matrimonio y luego invitó a los comensales a que cada uno compartiera cómo había sido su experiencia de matrimonio bajo los ojos de Dios.

Yo miraba a los otros dos colombianos con esos ojos que solamente conoce Chuck Norris cuando se ve al espejo. Me sentía atacado en mi ingenuidad, estafado estomacalmente, violado ideológicamente y ahora arrinconado en una conversación de la que sin duda alguna, mi interés era más pobre que la comida. 

Decentemente esperé mi turno para responder y hablé cualquier cosa sin involucrar la cita del libro, al terminar saqué mi celular para antender una llamada de mi esposa, mi hijo estaba enfermito y debía salir lo más pronto posible. Le hice el guiño a mi nuevo vecino y en pocos minutos partimos. Al llegar, en el carro hubo una breve conversaión sobre escepticismo, comportamiento de rebaño y la perspectiva de las hormigas, muy interesante por demás, pero a pesar de esa conversación el único que todavía sigue siendo el mismo fui yo, los otros dos siguen yendo a las reuniones de hombres, pero es es otra historia…

20 sept 2016

El "bautizo" de metalero en el Carlos Vieco

¡Qué me voy a acordar de la fecha exacta, ni el año siquiera! Tenía 12 o 13 años cuando fui con mi hermano a curiosear el primer concierto de Heavy Metal al Teatro Carlos Vieco, en el Cerro Nutibara. Sí, ese teatro que hoy parece el escenario de los 12 Monos o de un apocalipsis zombie, pero sin monos, sin zombies, sin nadie.

Esa tarde de un sábado tocaba Perseo, que decía la gente en la fila que era el mejor grupo de Medellín, hasta más bacano que Kraken -señalaban algunos-. Nosotros no teníamos ni idea sobre este grupo y como moscas en leche entramos a ese teatro griego y lo primero que vimos, fue unos peludos sentados en las sillas de primera fila, porque el teatro tenía sillas. Todos los que entraban saludaban a esos peludos como si fueran los "reyes del parche", uno tenía bigote y todos estaban llenos de manillas y pulseras de cobre pintando de verde sus brazos, uno estaba más catano, canoso y todo.

Mi hermano y yo, que no conocíamos a nadie, nos quedamos en una esquinita explorando el entorno para saber dónde sentarnos. La observación nos llevó a concluir que esos peludos eran los manes de Perseo, ¡qué emoción, los reyes del parche!

Coco, Pitty, Cañola, Repo, Edgar y Toño. Esa tarde aprendimos a identificar a Perseo, que minutos más tarde tomaron el escenario para el demorado proceso de prueba de sonido. Mi hermano y yo tratábamos de adivinar qué marca de instrumento tocaba cada uno, pero Toño y Edgar no estaban ahí.

Qué sorpresa tan grande cuando vemos a un man en muletas moviéndose como pez en el agua y ensayando tremendo chorro de voz, yo hubiera jurado que el vocalista era el otro tipo, el Toño ese, el más catano*. Arrancó el concierto y tuvimos que movernos del sitio, los pogos** nos echaron a lo alto de las gradas. No pasaron dos canciones cuando empezó a llover y a los músicos les arrimaron unas carpas. Tocaban, y tocaban muy bacano. Ya nos declarábamos seguidores de este grupo, pero la lluvia estaba desanimando a todo el mundo y en ese teatro, no hay donde escamparse.

Mojados hasta el tuétano. Edgar, el man de las muletas y la tremenda voz, soltó un ¡qué hijueputas, si se mojan ustedes nos mojamos nosotros! y se salió de la carpa para continuar sus canciones, le siguieron Cañola, Coco y Repo. En lo único que yo pensaba era en un corto circuito con los instrumentos, pero al parecer a nadie le importaba que un guitarrista saliera volando en chispas, el man hacía malabares y maromas con la guitarra, los otros dos posaban como en los videos de Veracruz en Teleantioquia y Edgar demostraba que el heavy metal no es una gritería nada más.

Esa tarde la lluvia nos bautizó como metaleros y presagió que desde ese día hasta el fin de los tiempos, cualquier concierto de heavy metal al aire libre estaría pasado por agua, me ocurrió en Colombia y me pasa en Canadá. Esa tarde dejó una huella inolvidable, comencé a hacer parte de una comunidad que extraña enormemente esa movida y las tardes en el Carlos Vieco, el pobre teatro que está convertido en escenario de espanto… ¿Y Perseo? Pues de Perseo tengo el No es tan sencillo y el CD En Contraste, ellos se disolvieron poco después del CD y tuvimos un afiche autografiado que enmarcamos y vivió en nuestra pared hasta que se llenó de hongos porque una gotera del techo lo volvió mierda, pero esa es otra historia…

*Catano: expresión que refiere a una persona vieja desde la perspectiva de un adolescente paisa
**Pogo: slam dance