27 nov 2014

Poquito, pero extraño a Medellín

Era diciembre de 2012. Esa mañana ya se sabía que iba a caer una tormenta de nieve en Montreal y como de costumbre partí a tomar el tren que me lleva al centro, donde luego cojo otro bus que me lleva al trabajo. Ya subido en el tren y éste andando, recibí una llamada de mi jefe diciéndome que regresara a mi casa, que debido a la tormenta no había que trabajar ese día. Contento, tuve que llegar hasta el centro y esperar para tomar el tren de vuelta.

Me senté a descansar después de destapar
 la entrada, la puerta y el carro
Cuando descendí en la estación la cantidad de nieve acumulada era impresionante (como 20 cm), y más impresionante la cantidad de nieve cayendo y la visibilidad de pocos metros debido a la densidad de la precipitación. Fui a esperar el bus que me lleva de ahí a mi casa, pero evidentemente, no pasó. Caminé en zancadas un recorrido que normalmente son diez minutos, en poco más de media hora. Estaba fascinado y hasta hice un video para mostrar a mis familiares qué es el invierno canadiense. Cuando llegué a mi casa vi que la entrada estaba bloqueada y me dispuse a desenterrar (desennevar ?) la pala para abrir la entrada. Dos horas tardé en limpiar para luego entrar para calentarme y descansar.

Momentos en que extraño a Medellín


Esa faena la viví solo, mi esposa y mi hijo estaban en Medellín (Envigado) con la familia, para celebrar juntos la Navidad. Obviamente envidiaba el clima y la posibilidad de estar comiendo muchos buñelos y rechazando muchas natillas. A pesar de que no es de mucho agrado, me imaginaba recorriendo "los alumbrados" con ellos en vez de buscar películas en Cuevana y de verdad extrañaba compartir con la familia la simple existencia, sin necesidad de fiestas ni adornos. Ese día extrañaba mi ciudad sobre todo por el clima que casi nunca cambia, donde nunca caerá tanta hijuemadre nieve.

"¡El antioqueño nace donde le da la puta gana!", era una frase que el tío Mario le decía a sus hijos nacidos en Nueva York, y la conocí de uno de ellos que me la dijo una vez cuando estaba supremamente decaído mientras viví una temporada en North Bergern, Nueva Jersey. Allá extrañé mucho a mi familia y mi ciudad. Cuando recorría las calles latinas del condado me sentía completamente fuera de lugar entre centroamericanos y bachatas -aunque al parecer Medellín se ha convertido en nido de este ritmo-. Los fines de semana me iba donde el primo, en Long Island City, cruzando el tunel debajo del río Hudson, y era mi escape de un mundo extraño y desagradable para mí, por una razón inexplicable, LIC se me parecía a mi ciudad.

A veces me invade la nostalgia de mis años mozos cuando comparto comentarios con antiguos compañeros de la banda marcial del colegio, ellos planean encuentros y toques y yo quisiera estar ahí, sin importar que ya no tenga los callos en los dedos, tocaría el redoblante tan fácil como en 1988, porque la lira #4 (metalófono, glockenspiel) la olvidé a pesar de que fue con ella que obtuve "la gloria". Extraño ese ambiente de la banda y a algunas personas de la banda. Extraño también sentarme a conversar con esos amigos de la universidad sobre los temas importantes en la vida como la necesidad de mezclar tragos para no enguayabarse muy mal, ellos a veces también se reúnen en "foforros" en los que el lazo fundamental es la amistad y un pasado común no muy académico que digamos… las cervezas en la calle, sentados en una acera.

Cuando mi hermano manda fotos de su hijo es de los momentos en que más desearía estar en mi ciudad, para poder compartir con él y con ese niñito que es mi sobrino; y con el resto de la familia esa alegría que traen los niños. De Medellín extraño lo fácil que es ir a visitar a la gente, no sé por qué aquí es tan complicado, casi ceremonioso. No se puede, pero me gustaría que mis hijos compartieran con su primo así como quisiera compartir con mis hermanos y sus esposas.

Quizá yo estoy loco o me dejaron caer muchas veces cuando estaba chiquito. Alucino sabores. En serio, a veces de un momento a otro siento un sabor que desencadena un terrible antojo que me dura por meses, no el sabor, el antojo. Esas papitas criollas hechas en fritadora en el centro de Medellín, que queman como el infierno, pero son deliciosas con mucho limón sin importar que hayan sido servidas entre el esmog por unas uñas que han acumulado la mugre de largos años de trabajo. No me importa, quiero esas papitas que solamente se consiguen allá y que solamente esas saben igual, en la esquina de El Palo con Colombia, y los guarapos en ese pasaje de artesanos sobre Junín, cerca al Parque de Bolívar, el jugo de zanahoria de Al Pan Pan en la Oriental con Ayacucho y los chontaduros de la Avenida Primero de Mayo. Estoy en el mes del chontaduro.

¿Sabe que se extraña mucho aquí de Medellín? Los domicilios. A veces en la casa falta leche o pan, y toca salir a comprarlo a pie o en carro, depende a dónde vaya uno y depende del frío que esté haciendo. En Medellín uno llama a la tienda y muy pronto timbra "el muchacho" con el encargo, un papelito con el precio escrito con kilométrico y unas monedas que obedecen a esa pregunta telefónica: "¿Y devuelta de cuánto?" Hay domicilios para mercados, nunca los he ensayado y ni siquiera sé cuanto cobran, pero sé que es en los mercados caros (IGA, Metro, Mourelatos), tipo Pomona.

Hay productos colombianos que ya se consiguen aquí: chocolatinas jet y nucitas, chocolate, panela, arequipe Alpina, chocolisto, las harinas para hacer: mazamorra (not for me please!), buñuelos, pandebonos, almojábanas, pandeyucas y arepas blancas, amarillas y de chócolo -porque nosotros hablamos en paisa-. Yo hago las arepitas amasadas y a veces hacemos pandebonos, pero extraño profundamente las arepitas compradas en la tienda, de maíz de verdad, a las que se les pone quesito que aquí no se consigue, como tampoco el tomate de árbol, las granadillas, las curubas, los maracuyás y los lulos. Todo eso me hace falta… las rosquitas.

Un paisa fuera de Medellín puede extrañar muchas cosas, fuera de Colombia extraña muchas más. Quizá yo que soy un poco fuera de lo común estoy contento porque hay muchísimas cosas de Medellín que NO extraño, pero esa es otra historia…

26 nov 2014

Las campañas de sensibilización

Yo también marché con camiseta blanca en contra de las FARC, el mismo día que millones de colombianos y extranjeros en todo el mundo salimos a las calles a hacernos ver y decirle al mundo que no estamos de acuerdo con ese grupo subversivo, que no nos representa, que el apoyo que dan muchas ONG y gobiernos extranjeros es algo incorrecto e inaceptable.

Eso fue hace seis años, casi siete, y la situación no solamente no cambió sino que empeoró. Y traigo el tema de las marchas, porque a pesar de que anduve en esa, nunca he creído que realmente funcionen contra entes que se nutren de la maldad y la decadencia, que se lucran del narcotráfico y la guerra. Las campañas de sensibilización son muy hermosas y cumplen su objetivo: sensibilizar a los sensibles ¿Y los insensibles qué?

El 25 de noviembre en Colombia apareció otra campaña de sensibilización que pretende alzar la voz en contra de la violencia contra las mujeres y consistió en motivar a que la gente se pintara los labios de rojo. En Facebook manifesté mi desacuerdo con respecto a la efectividad de esas acciones simbólicas y gracias a esa opinión se abrió una discusión al respecto, fui criticado por criticar la campaña aún cuando considero que mis argumentos son válidos.

Esos argumentos los expondré a continuación y extendiéndolos a campañas similares que han resultado en movimientos más que todo artísticos y mediáticos.

Se han remangado el pantalón, han marchado por los derechos sexuales, han andado en ropa interior en el metro, se han empelotado para exigir derechos, hasta existe un sacerdote católico irlandés que de vez en cuando ha corrido desnudo por las canchas en partidos de fútbol importantes para visibilizar la discriminación religiosa en el Reino Unido.

Todas esas son acciones que atraen las miradas de los ciudadanos corrientes que de muy buena fe, de vez en cuando se involucran en esas campañas. Yo encuentro que es ingenuo pretender que con performances los ejecutores de los delitos y el maltrato, ya sea contra la población civil por parte de la guerrilla, o contra una mujer por parte de su marido, vayan a cambiar de actitud y reflexionar si han obrado mal.

Dudo también que esa mujer maltratada, por el simple hecho de saber que la gente se pinta los labios de rojo queriendo solidarizarse con ella, vaya a denunciarlo y divorciarse para emanciparse y defender su integridad física y emocional. Señaló un amigo que esos labios rojos son en sí una imagen sexista que involucra per se ese maltrato, me parece también exagerado. Cierto es que, como han dicho mis primas, lo importante es que la campaña dé de qué hablar, y aquí me tienen escribiendo, pero cuando los símbolos no van acompañados de acciones concretas, tiene la misma efectividad que un mensaje en una botella.

El maltrato contra las mujeres, especialmente en una sociedad como la colombiana, es fruto de una larga historia de machismo encarnado en hombres y mujeres, es producto de una educación coja en la que se ha enseñado las relaciones humanas como lucha de poder entre el que manda y el que obedece, entre el macho y la sumisa. No podemos negar, aunque a nadie le guste, que es una sociedad desmedidamente agresiva y polarizada donde una diferencia de opinión, de gustos, de sexo o de lo que sea, desemboca en actos violentos, y entendamos eso como la agresión física y verbal y la intimidación psicológica y económica.

Al marido abusador, al jefe acosador, al hijo machista le vale tres kilos de caca que un actor de telenovela se pinte los labios, o se remangue el pantalón; a la esposa abusada, a la empleada acosada y a la madre arrinconada le sirve de muy poco que la gente se procupe por ellas si no hace nada al respecto. Mientras nosortros estamos advertidos del problema y algunos se maquillan, a miles de mujeres las están maltratando de alguna manera y no hay nadie, mucho menos ellas mismas, que las ayude. Hay videos en donde se muestra que los extraños defienden en la calle a una mujer maltratada y ésta termina agrediendo a sus defensores para sacar en limpio al abusador. En la alta sociedad cartagenera se vio también que un marido casi mata a la señora en una fiesta "en el club", con sacada de revólver y todo. Los medios de comunicación y sus familiares hicieron el alboroto, pero el caso terminó en que ella lo perdonó y que lo quiere mucho.

En 2004 se promulgó la Ley 882 de 2004 (Ley de los ojos morados), autoría del senador Carlos Moreno de Caro, a quien han tildado de payaso político. Esa ley castiga con prisión de hasta tres años a los agresores domésticos, no solamente contra las mujeres, protege también a los hombres. Esa fue una acción concreta y es evidente que falta mucho por hacer, sobre todo en la educación cambiando el modelo machista/feminista por uno más integrador y ecuánime, pero eso tarda, cambiar la cultura que disfruta de reinados de belleza y narconovelas va a demorar más que la Revolución Cubana.

Existen campañas más silenciosas, o mejor, menos vistosas que efectivamente recogen fondos para luchar por o contra algo, como Movember, que es dejarse el bigote en noviembre para recoger fondos en nombre de un paciente de cáncer masculino para investigación y tratamiento de los enfermos; también hay gente que se viste de rosado para recoger fondos y ayudar en la investigación contra el cáncer de mama y es bien sabido que también en muchísimos lugares del planeta la gente se rapa la cabeza para los mismos fines.

Si se trata de visibilizar el problema, hay modos menos bonitos, pero más directos de hacerlo. Hace tres años, Pirry hizo uno de sus programas al respecto tomando un caso para exponer una realidad que no es solamente colombiana. Considero que si uno quiere "vencer un monstruo" es mejor pincharlo con una lanza que hacerle cosquillas con una pluma. De esta campaña quisiera ver cuáles son los resultados, en cuánto tiempo estaremos cosechando los frutos rojos de esos labios maquillados, quisiera ver cuál es el presupuesto destinado para asesorar a las mujeres maltratadas o prestarles ayuda jurídica, qué de ese movimiento está dirigido a acciones educativas en niños y adultos para cambiar el modo de pensar y actuar, cuántos de esos "embajadores maquillados" han logrado rescatar al menos una sola persona del círculo de la violencia doméstica.

Dijo mi prima: "Veamos el lado positivo de las campañas porque si a nosotros no nos llega hay gente a la que si", la cuestión es que nos llega a nosotros, pero ¿les llegan a los maltratadores?

Sé que las campañas hay que hacerlas, eso no lo discuto, es la efectividad y su alcance lo que pongo en duda, como los objetivos que sí han logrado las marchas del orgullo gay, pero esa es otra historia…

ACTUALIZACIÓN: yo no tenía ni idea quién era el modelo del afiche original de la campaña de los labios rojos. Supe gracias a un amigo que se trata de un tal J. Balvin y en Facebook alguien publicó el mismo afiche con la letra de una de sus canciones, resaltando la contradicción entre el decir (o mejor, posar) y el hacer. Como realmente soy un completo ignorante del reguetón, quise averiguar si es cierto que ese tipo es quien me dicen que es y que esa es una de sus canciones. Resulta que todo es cierto, estas son fotos del fulano y la canción se llama Partan la discoteca.

Con esta nueva información encuentro muchísimo más desvirtuada la campaña, es como usar a Nicolás Maduro para promover la educación o la libertad de prensa, o poner a Joseph Ratzinger a ofrecer condones. Insisto en que la violencia no es solamente física, sino también emocional y sexual, y haber utilizado como legitimador de esta propaganda a un tipo que claramente es sexista y machista, es lo que podemos llamar un descache el hijueputa... y me perdonan pues lo ramplón, pero las cosas son como son.

20 nov 2014

Vinilos ayer y mañana

Era 1980. Eso lo sé con absoluta certeza porque recuerdo que en esa época estaba en el kinder, en el salón aquel debajo de la iglesia, al lado del osario y la bodega de los santos desvestidos de Semana Santa ¿O era 1979 y estábamos en el otro salón, al lado de la venta de mangos y solteritas? ¡Ah! Todavía no estaba en la Escuela Braulio Henao Mejía, en el barrio López de Mesa de Medellín; digamos que fue en el 80 cuando descubrimos en un armario el disco rojo con manchas negras y nos enamoramos de ese acabado exquisito y atractivo, y como cualquier par de niños de seis años (o cinco), tuvimos la genial idea de sacarlo de su funda y pararnos en él para dar vueltas sobre el piso, una danza ye-ye.

Fue uno de los juegos más entretenidos de mi infancia, casi tan divertido como hacer telarañas con las cintas de cassettes enredadas por todo el apartamento. Lo que no recuerdo es si mi mamá nos dio el muy merecido castigo por estropear su disco original de Da ya think I'm sexy?, de Rod Stewart. Sé que al crecer comprendí, revolcando en mis recuerdos, cuál fue la profanación que mi hermano y yo ejecutamos esa tarde y el amor de una madre es muy grande, porque esa afrenta no tiene perdón.

En mi casa había música en todo formato: en una canasta cuadrada mi papá guardaba unos cartuchos de tangos que sonaba en un aparato betusto, estaban los armarios con elepés de 33 y sencillos de 45 y cajas con los más modernos soportes musicales: los cassettes grabados. Eran los discos los que ocupaban el sitio de honor, que mis papás ponían en una radiola portátil y que al sacarlos cumplían el delicado rito de limpieza con un cojín especial de terciopelo. Ponían la pieza en el tornamesa y delicadamente soltaban el brazo, que ya tenía adherida una moneda de 10 centavos para que la aguja no se atascara en los rayones.

Donde mi abuelito la cosa era todavía peor. El mueble de la música que él mismo construyó ocupaba toda una pared de una sala en la que pasé tardes muy agradables. Unas de esas, oyendo el disco de cartón que mi abuelita había comprado para nosotros y donde se oía: "a cholita le duele una muela/le dolió por morder la cazuela", o esos discos de Disney que venían con el cuento para leer y que al sonar la campanita se pasaba la página. Allá cada uno tenía su colección: él de música clásica, ella de canciones de tríos, pasillos y cosas de esas, y los tíos y mi papá se bandeaban entre porros, vallenatos y "música americana".

A los años mi papá compró el primer equipo de sonido, un Challenger que además tenía doble casetera. Con ese aparato compró dos discos para estrenarlo: Tiempo pa' matar de Willie Colón y La casa del Ritmo de Daiquirí. El pobre Willie sufrió una muerte lenta y dolorosa cuando por olvido se dejó puesto en el tornamesa expuesto al calor del sol y terminó torcido como una oreja, pero aprendimos una lección muy importante.

Them picture disc - King Diamond
Don't break the oath picture disc - Mercyful fate
Live without sense double sleeve - Destruction
Mad butcher picture disc - Destruction
Extreme deformity colour single - Pungent Stench
LIfe is hard colour LP - Lethal aggression
Kill for pleasure colour LP - Bloodfeast
Al crecer llegó nuestro momento de usar el Challenger y pusimos a tronar nuestros primeros discos (prestados) que llegaban por transacciones de amistad en el salón de 9ºH. Esos discos bajaban su sonido por alambres para ser depositados en los cassettes vírgenes que pedíamos de regalo siempre. Una vez mi abuelita nos ofreció de herencia algunos pocos vinilos que dejaron los amigos de un tío fallecido, pues ellos habían "arrasado" con su colección de rock y llegaron a nuestro poder Blizzard of Ozz, Gene Simmons y Flush the Fashion; que fueron robados tiempo después, pero esa es otra historia… y aquí no acaba mi relato.

Lentamente hicimos una colección con discos impresos en Colombia, otros en Estados Unidos y otros en Venezuela. En esa colección fueron entrando también discos europeos muy difíciles de conseguir, algunos con autógrafos y hubo otros discos que no fueron nuestros, sino de amigos, que hemos estimado como piezas valiosísimas y que por circunstancias de la vida, algunos quedaron en nuestro poder y otros desparecieron en cuanto las amistades se desvanecieron por el correr del tiempo. Muy especialmente estimamos:


Y disquitos de grupos como Perseo y Ekhymosis (cuando era bueno) que se lo compré al mismísimo Juanes en la Universidad.

En mi casa tengo un tornamesa de Fresita en el que
pongo los pocos discos que tengo en Canadá 
(en Colombia está el grueso de la colección). 
Escuchar una "pasta" no es lo mismo que oír la música en CD, en cassette y mucho menos en MP3. Envuelve una mística que comienza con explorar el armario con las yemas de los dedos, sacar el disco de la funda, que a veces era una simple bolsa plástica y en otras una pieza de arte con las letras de las canciones, fotos e información sobre los artistas, sigue el olor característico de ese material de petróleo que endulza los sentidos, la textura de los surcos delicados y el arte en el sello o en la misma "pasta". Leer la carátula y ver los detalles de diseño, el aroma del cartón y la tinta, poner el disco con mucho cuidado en el centro del plato y posar el brazo con delicadeza para escuchar lo que a uno lo hace feliz mientras se ve girar la pieza circular.

Escuchar vinilos exige la dedicación de hacerlo, con el avance de la tecnología digital y la Internet uno puede programar que suene música sola por años sin preocuparse por ello, mientras que el vinilo reclama que uno mismo se ocupe de él, que le dedique su atención: no es algo que se puede hacer mientras uno monta en bus, pero es algo que se puede hacer en la comodidad de un sillón con una cerveza en la mano.

Todos nuestros discos se han mantenido impecables, salvo uno que nos prestaron, el I'm the Man de Anthrax que estaba engrasado y se me resbaló y se quebró contra el piso; hubo que reponerlo, pero esa es otra historia…

PARA QUE APRENDA: ¿Cuál es la diferencia entre los discos de pasta, los acetatos y los vinilos? Este señor les responde