Entrada original en Facebook (7 de agosto de 2013 a las 15:13), que publico aquí porque un amigo me ha refrescado esta semana sobre la vigencia de lo escrito... ahí va.
Resulta que existe un producto, que es procesado por la gente, que altera la percepción de los sentidos y que hace feliz a la mayoría que lo consume. Se origina en las plantas y luego de un proceso sencillo, se le hace llegar a los consumidores para su placer y para el lucro del productor.
Ese producto no es bien visto por algunos segmentos de la sociedad y como en esos segmentos no hay participación del mercado, pues se opta por prohibir el cultivo de la planta, el procesamiento, la comercialización y el consumo.
A pesar de la prohibición generalizada, los consumidores desean continuar con sus hábitos y los productores con sus bolsillos llenos mientras que paralelamente se crea un mercado negro en el que el negocio, por clandestino, rinde mejores ganancias.
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Al Capone se dedicó a las putas, las apuestas
y el trago. Idolo de Pablo Escobar, hoy estaría
dedicado a las drogas o quizá comandaría un
grupo guerrillero. En su tiempo condujo una
guerra de lo ilegal, cuya historia se repite. |
Familias se organizan para sacar provecho de esa fisura en el sistema e impregnan las instituciones, corrompiendo policías y mecanismos de control, de manera que se les permita llegar a los consumidores con su producto. Así es que surgen las mafias, que por la necesidad de controlar los canales de distribución y los territorios de venta, comienzan guerras contra otras familias mafiosas y contra el estado, que lucha contra el negocio en general.
Se expande la violencia, pero se permite el consumo en situaciones singulares, con fines medicinales, y así es que se lucran unos pocos y de ese negocio autorizado, el estado cobra impuestos. La excusa medicinal es la vía para continuar en la vigencia del negocio y para el consumo...
Esa ventana no es suficiente para que cese la violencia y las persecusiones tanto contra productores como contra consumidores, pues la excusa medicinal no es buena para todos ni produce las mismas ganancias, la violencia no solamente no se reduce, sino que se intensifica, y a medida que se agranda el gigante, son más los policías y políticos corruptos que amparan a la mafia, son más los muertos y más las mafias.
Crece también el mercado negro de armas y el contrabando de materias primas e insumos y la creación espontánea de guetos de consumo en barrios marginados y prostíbulos, lo que genera, por la clandestinidad, mayores problemas de seguridad y salud pública.
La solución sería legalizar la cadena productiva y el consumo de la sustancia, entregando al estado el control de esa cadena con los siguientes beneficios:
- Cesa la violencia y se reduce la corrupción
- El mercado se regula con precios y se controla la producción, distribución y venta
- El estado cobra impuestos a empresas organizadas (no mafias) y también puede cobrar IVA sobre las ventas
- El estado podría, si quiere, tener el monopolio de esa cadena productiva.
- Se puede controlar al consumidor y hacer seguimiento del mercado legal
Una vez se adopte la legalización, la sociedad se estabilizaría y aún con algunos problemas de consumo excesivo, el daño social es mucho menor que en las circunstancias prohibitivas.
Ese fue el proceso que se vivió en
Estados Unidos entre los años 1920 y 1933, cuando el gobierno prohibió el Whisky que terminó por, finalmente, "rendirse ante el enemigo" y ponerlo de su lado. Lo mismo ha pasado con ciertas drogas, como las guerras del opio (y hasta de té) en Asia y yendo mucho más atrás, sucedió con el contrabando de tabaco entre América y Europa.
Actualmente el whisky es un alcohol que no está prohibido, y que, al contrario, es socialmente aceptabo y su consumo es bien visto en las sociedades occidentales, tanto, que los empresarios más estirados y los políticos más encumbrados lo toman para su regocijo y se convierte en símbolo de estátus.
Esos que toman whisky, muchos de ellos, se oponen ciegamente a la legalización de las drogas sin darse por aludidos, cuando ellos son protagonistas de la historia al tomarse un trago o fumarse un cigarrillo, consumen una sustancia otrora prohibida, se deleitan y hasta se emborrachan, pero al mariguanero no le permiten su derecho a hacer lo mismo con otro producto... aunque más de uno de esos personajes con pedigree se fuma sus baretos y se echa sus pericadas.
Se vendió libremente en el Siglo XIX y comienzos del XX con el apelativo de "tabaco indio", "cigarros de alegría" o "tabaco cannabis", y se ofrecía como remedio para el asma, dolores, bronquitis y gripas... no sé cuándo empezó a proscribirse en el mundo, pero desde ese momento, el mundo ha sido menos feliz. Existen movimientos que ya no son hippies, sino naturalistas y médicos que defienden el consumo para
paliar los dolores de ciertas enfermedades catastróficas como el cáncer y el sida y para mitigar jaquecas inmanejables.
Otros defienden la legalización por su derecho a consumir lo que les de placer y otros por la libre empresa. En Canadá existe desde el año 2000
el partido de la marihuana, que evidentemente procura que se logre legalizar este mercado, y no son solamente un grupo de mariguaneros locos, son gente organizada políticamente.
Yo defiendo la legalización por muchas razones, entre otras, creo que la marihuana no es más dañina que el alcohol o el tabaco, es más, en mi familia he sido testigo de los muertos de cuenta de cánceres e infartos producto de largos años de tabaquismo y "traguitos de fin de semana"; y en los días pasados hemos sido testigos de casos de borrachos que al conducir terminan asesinando gente, y eso pasa en todas partes, muchas veces... pero en los periódicos no hemos visto hasta ahora casos de mariguaneros que atropellen a nadie por los efectos de una traba. Y ojo! no digo que eso no pase
Yo estoy de acuerdo con otras razones para la legalización, que ya las expuse en la historia del whisky y considero que ese camino lo deben seguir la marihuana y otras drogas. Sé que existe el riesgo de que la gente se exceda en el consumo con los perjuicios que eso puede traer para los individuos, las familias y la sociedad; sé que mi hijo algún día se expondrá a momentos en los que debe decidir si se fuma o no un bareto, así como va a tener que decidir si se fuma o no un cigarrillo, si se toma un trago o si se vuelve vegetariano, si empuña un arma o si se vuelve ladrón.
Mi hijo, y los hijos de cualquiera, tendrán que tomar decisiones en su vida y no es necesariamente una prohibición la que le impide tomar un camino que desde una óptica parezca nocivo, la orientación de mi esposa y yo, así como la que me dieron mis papás, la formación en los colegios y la buena educación institucional son las herramientas para que un niño, un muchacho, un adulto continue con una vida sana o se pierda en el mundo de la drogadicción o el alcoholismo, o el vegetarianismo, o el onanismo, o el nazismo...
La prohibición de la marihuana (y otras drogas) no ha traído nada bueno y el mundo está siendo testigo de un despertar tardío en el que en Europa, EE.UU. y Uruguay se están dando los primeros pasos para convivir con dos aspectos ineludibles de la sociedad: la búsqueda de placer y la búsqueda de dinero, mediante los humos de un "Marlboro salvaje" o un "Pielroja sin indio".
No sé si me toque el momento en que, como el whisky, la marihuana integre una sociedad de consumo y se incruste en las reuniones sociales y cocteles, pero ese es el futuro, hacia allá van las cosas y quizá en unos lustros aparezca un
Juan Valdez que diga "fumémonos un bareto, seamos amigos".