En mi familia casi todos hemos sido de alguna manera "ovejas negras", de esas que son desobedientes y que no quieren simplemente aceptar las cosas como son, de esas que rumian una idea para darle forma a otra nueva y así, crear nuestra propia manera de pensar. De esas ovejas negras, mi prima y yo, que no tenemos fama ni fortuna, nos dedicamos a escribir (gratis).
Ella compuso un texto en el que expresa su desesperanza por la humanidad, dado que recientemente un periodista norteamericano fue decapitado en cámara para enviar un mensaje, y eso sumado a una ola de violencia planetaria que sí tiene precedentes. Ella pregunta por una solución, y un amigo suyo le dijo que un meteorito (asteroide, mejor) sería la solución para acabar con nosotros.
Hace muy poco me vi la película Noé, con Russell Crowe, porque mi apetito por el conocimento de las mitologías religiosas no se sacia y mi gusto por el cine tampoco. Vi la película con mente crítica y evidentemente, sin apegarme a lo que dicen que dice el texto original, el guión literario.
He reflexionado sobre lo que ví y sobre lo que he leído ya varias veces en el Génesis y otros libritos de esa colección de autores varios -casi todos realmente anónimos- que se conoce como La Biblia. Varias veces la humanidad ha sido eliminada del planeta por su alto nivel de corrupción: el diluvio fue una, la destrucción de Sodoma y Gomorra fue otra, el ahogamiento de las huestes egipcias en el Mar Rojo (?) fue otra… el dios de los monoteistas ha tenido mano dura para limpiar la suciedad y la podredumbre, pero esa contaminación persiste porque hace parte de la naturaleza, y eso, eso es imposible de cambiar.
Decía una amiga en su biografía de Facebook que los humanos somos tan terribles que somos la única especie que se mata entre sí. Eso es un error… La mayoría de roedores se comen las crías ajenas para garantizar la supervivencia de las propias, los leones matan a los cachorros que no son suyos para que los únicos genes que trasciendan sean los propios. Igual hacen los delfines nariz de botella, que no solamente matan las crías ajenas (para que la madre esté libre y poder tener sexo), sino que para entrenarse, matan marsopas adultas, porque tiene la misma talla de sus infantes. Esta conducta se encuentra en otras familias de animales y existe también el deseo de matar por diversión.
Volviendo al asunto humano, nosotros no somos muy distintos del chimpancé, ni tampoco del león. Cuando un ser malvado muere muchos nos alegramos, pero quedan otros que continúan haciendo daño… si usted busca a los 10 más perversos de la historia se encuentra con varias categorías que hacen erizar la piel, en ellas se encuentran obviamente dictadores y papas, pero también mujeres y niños, probando de una manera muy escueta que la capacidad de ser malo está en todos, no solamente los hombres, no solamente los que tenemos pipí.
Obras como El Señor de las Moscas tratan de explicar esa tendencia natural hacia el bien o el mal, la inclinación de los más fuertes a abusar y oprimir a los débiles, la creación espontánea de bandos políticos y la adoración religiosa. Esos elementos culturales son los que ayudan a alimentar la hoguera de los odios. El Homo Sapiens Sapiens constituye una criatura maravillosa capaz de transformar el mundo con el arte y el progreso, pero asimismo, destruye a su paso y consume los recursos del planeta; al parecer desde su aparición en el mundo… tanto, que una de las teorías de la extinción del Hombre de Neanderthal se explica en la caza por parte de nuestros ancestros. Y si el antepasado no lo hubiera hecho, lo hubieran hecho después otras civilizaciones, los hubieran esclavizado, hubieran sido eliminados porque no son como nosotros de la misma manera que en la actualidad la gente elimina a la otra gente que es distinta.
No hay que mirar muy lejos, no hay que mirar solamente a Palestina o a Irán, ni tampoco los tigres tamiles: en Colombia y otros países hay gente que mata a otra porque le gusta otro equipo de fútbol. Este tipo de alimañas se escuda detrás de un fanatismo deportivo para satisfacer su sed de vicio, violencia y sangre, tal como en las Cruzadas cabalgaron todo tipo de delincuentes con el "perdón de Dios" a descabezar otomanos, y tal como los otomanos invadieron las tierras mediterráneas para aplastar cristianos, de la misma manera que algunos galeotes llegaron a América para obtener títulos de señores y violar a las indias y sus hijos y esclavizar a sus esposos.
Aún si se lograra eliminar a todas las religiones, a los políticos con sus partidos e ideologías ponzoñozas, surgiría nuevamente algún detonante para que entre nosotros nos agredamos, surgiría otra vez ese tipo de líderes leonescos que matan para fortalecerse. La agresividad y la violencia hacen parte de la naturaleza. Para comer carne debemos matar a los animales, inclusive si todos fuéramos vegetarianos arrasaríamos con miles de especies vegetales para dar prioridad a nuestra comida y así desaparecerían también especies animales por montones.
Mi prima dice que no hay esperanza, yo digo que sí. A pesar de que siempre ha existido la maldad en el ser humano, a pesar de que siempre existirá, existirá además la capacidad creadora y la capacidad de imaginar, eso que nos hace aparentemente distintos de del hamster que devora los gazapos y del chimpancé que canibaliza a su pareja.
Mi prima pregunta por una solución: no hay
No pretendo justificar los actos de maldad, que son siempre reprochables, simplemente trato de ilustrar que "los actos de maldad" están en nuestros genes y en nuestra memoria biológica, pero es nuestra decisión -como especie- inclinarnos por lo bello de la vida y aceptar nuestra naturaleza para entenderla tal y como es; a pesar que ciertas religiones se empeñen en deformarla, pero esa es otra historia…
Un sitio donde las opiniones particulares no tienen censura, el método es la duda, buscar la verdad no es necesario, solamente ponerla en juicio.
13 ago 2014
Daddy Yankee… (y el reguetón no me gusta)
"La música clásica es peor, partiendo de que era la música preferida de Hitler". Daddy Yankee
Esta frase con fotos del cantante rodó por las redes esta semana y las réplicas de indignados y los memes eran abundantes. Yo vi muchas de esas publicaciones y pensaba que esa sentencia no podía ser verdad.
Apartándome del hecho de que ciertamente la música clásica le gustaba a Hitler, y la falsedad de la afirmación, pensaba que era mentira que Daddy Yankee hubiera dicho semejante cosa. Mi corazonada obedecía a que hace algunos años, estaba con mi esposa viendo televisión, y en Telemundo -o Univisión- estaban haciendo un informe sobre las leyes migratorias de EE.UU., el aporte de la comunidad latina a ese país y la opinión de celebridades que de una u otra manera estaban involucradas en el tema.
En esa ocasión, pasaron por cámara varios personajes, y el único que habló bien sin atropellar el castellano, ni decir estupideces, fue él. Yo estaba atónito, porque partimos de un doble prejuicio: los puertorriqueños no saben hablar bien el español, y los reguetoneros son brutos. En ese momento Daddy Yankee me dio una lección de moral, o mejor dicho, me demostró la superioridad moral en la que vivimos los que no somos puertorriqueños ni nos gusta el reguetón.
Como yo ya sabía que el tipo es inteligente y culto, no podía creer que esas publicaciones fueran ciertas, y al igual que hicieron con Lionel Messi cuando supuestamente ignoró el saludo de un niño; lo sacaron de contexto y "editaron" -por no decir "castraron"- la verdadera opinión del músico. Como de costumbre la difamación se esparció como pólvora y muy pocos trataron de verificar la veracidad del asunto.
Hace mucho tiempo que dejé de hablar mal del reguetón, de los vallenatos, de Justin Bieber, de Arjona… sobre todo pensando en que hay mucha gente que habla mal de lo que a mí me gusta desde una perspectiva ignorante y tendenciosa, y que también he recibido comentarios muy desatinados y he sido prejuzgado por ser metalero y por ser ateo.
Hablar mal de lo que es distinto a nosotros, de lo que no nos gusta, es muy fácil. Difamar es mucho más sencillo que antes gracias a la conectividad y el uso de redes sociales, pero tomarse el trabajo de conocer eso que es distinto para poder opinar con argumentos, es algo que muy pocos hacen. Es más sencillo dar por sentado que "este reguetonero de puerto rico es muy bruto" y no podemos esperar más de él que una frase estúpida llena de ignorancia y arrogancia.
No creo que el video tenga la misma difusión que los memes burlones y los insultos, ni tampoco creo que todos esos que los publicaron luego saquen fotos propias con frases de disculpa para el cantante, pero pretendo con esta nota aportar un granito de arena a la convivencia, a la inteligencia y al respeto por lo que no nos gusta; pero sobre todo, para que quienes me leen empiecen a no dejarse meter los dedos en la boca con todo lo que se publica en los medios de comunicación (incluyendo al prestigioso periódico colombiano El Tiempo), yo que ejercí el periodismo, sé que no todo es verdad, pero esa es otra historia…
REMATE: Esperemos a ver si El Tiempo rectifica… no creo, hay lugares donde la soberbia puede más que la humildad.
7 ago 2014
Cuando quisimos ver a Venom
Una vez mi mamá nos dijo "no se devuelvan a pie del concierto" y con eso nos maldijo. Como si desde esa noche todos los conciertos de metal a los que fuéramos mi hermano gemelo y yo neceseariamente tuvieran que incluir algún tropiezo en la faena. Si se hacen al aire libre, siempre llueve; si son muy tarde, no hay transporte de regreso; si son en Bogotá, son en Bogotá.
5 de diciembre. Estábamos en una salida familiar, comprando ropa de marca a precios rebajados, en el barrio Guayabal. Al salir con las bolsas del botín nos sentamos a comer buñuelos y tomar Tutti Frutti de tamarindo y malta. La mesa, ocupada por la conversación sobre esos conciertos que he visto en Canadá y que difícilmente se verían en Colombia y los llantos de mi hijo -que era un bebé-. Como sacado del sombrero de un mago: "¡Jueputa home! ¡mañana toca Venom!"… en Bogotá, pfff :(.
La conversación alegre se tornó triste, empezamos a enumerar los inconvenientes de ese concierto en la Capital de la República, empezando por lo improvisado del viaje. A esas alturas ya no conseguiríamos el conocido tour+sánduche+jugo+boleta+camiseta, que normalmente algunos metaleros con visión comercial, organizan para hacerse a un dinero y a un "combo" de greñudos que se acompañe desde Medellín.
Por fortuna en esa mesa estaba mi esposa, que siempre me ha apoyado (sin acompañarme) en mis periplos metaleros, aún cuando me ha faltado fe. Ella nos animó para ir, nos dijo que era al día siguiente (cuando cumplía años mi mamá), que constantemente salen buses para Bogotá, que averiguáramos dónde y a qué horas era el concierto y cuánto vale la boleta, que no tiráraramos la toalla sin antes estar bien informados; y me hizo la pregunta clave: "¿a esos ya los viste alguna vez?"
"Nunca… jamás de los jamases, never in my fu**ing life y quién sabe si haya otra oportunidad"
"¡Entonces vayan!"
Y entonces fuimos.
Decidimos que esa noche tomaríamos el bus en lugar de tomarlo el mismo día del concierto. Uno nunca sabe: un derrumbe, una varada, un retén guerrillero, un retén militar. Nos hicimos al mercadito del guerrero metalero de corta superviviencia que garantiza una pequeña reserva de carbohidratos, grasas y proteínas: chocolatinas jet, maní salado y salchichas enlatadas. Empacamos además desodorante, calzoncillos limpios y una camiseta de repuesto.
Como a las 9 de la noche nos subimos al bus y nos sentamos en las primeras sillas porque queríamos estar alerta en la ruta atentos a cualquiera de esos tropiezos de carretera que ya mencioné. Estábamos tan alerta, que nos dimos cuenta de que el chofer no lo estaba. A pesar de la velocidad entre 80 y 90 Km/h, la oscuridad de las carreteras serpenteantes y la lluvia de montaña; este tipo de vez en cuando se dormía y dejaba colgar la cabeza por tres o cuatro segundos. Juan Diego y yo apenas nos mirábamos aguantando el aire y apretando el culo, sin decir nada y esperando llegar vivos a Bogotá.
En el camino consumimos nuestros alimentos y llegamos al destino como a las cuatro de la madrugada, un tiempo record. En la terminal de buses esperábamos desayunar y encontrar al menos una banquita en la cual recostarnos y dormir un poco. Todo cerrado, a excepción de las enormnes puertas de la terminal que dejaban colar un frío terrible hasta los huesos. Caminamos el recinto de punta a punta buscando qué comer, pero en las vitrinas que exhibían unos roscones tan grandes como llantas de carro, se paseaban las moscas esperando que los dueños abrieran los negocios.
Ni mear se podía, los baños estaban cerrados con cadenas cuya llave portaba el administrador que llegaba a eso de las nueve de la mañana. A las seis empezaron a abrir negocios, y como medida de protección, decidimos no comer en donde tuvieran colgado uno de esos roscones enormes que seguramente llevaban años esperando a que un turista los compre. Donde desayunamos nos comimos los buñuelos más horribles, crudos por dentro, grasosos y fríos, porque pedimos que los calentaran y al peor estilo capitalino, nos respondieron que eso no hacía parte del servicio. El Milo ni siquiera nos lo tomamos, le flotaban ojitos aceitosos y no había azúcar.
Al vernos deambular como zombis por la terminal, un vigilante se nos aproximó indagando nuestra situación. Él, de Buenaventura, fue la única persona que humanamente nos respondió preguntas y nos indicó el camino para huir de semejante recinto de antipatía y dirigirnos a un centro comercial, en el que encontraríamos la banquita para descansar, dónde soltar el chorrito y comida "seria"; pero lo abrían a las 10 de la mañana. No nos importó y anduvimos las calles un rato.
En el centro comercial pasamos el día dado vueltas, almorzamos a un precio que hubiera pagado el tiquete del bus y descansamos, pero no dormimos nada, "desde ayer". Recorrimos el lugar y a medida que pasaba el tiempo la fatiga se notaba sobre todo en el deterioro mental. Estábamos podridos de cansancio.
Un vigilante nos seguía, y con razón, eran casi las tres de la tarde y estábamos allí desde las diez de la mañana sin hacer nada. Para evitar problemas decidimos partir hacia el sitio del concierto, pero antes nos metimos a un mercado a comprar unas cuantas latas de Red Bull que nos ayudaran a aguantar la jornada. Éramos unos guiñapos y ni siquiera habíamos ido todavía al concierto.
Llegamnos al sitio, el nosequé Majestic, en un vecindario más bien feíto, y empezamos a hacer fila a las cuatro de la tarde. Por mucho que buscamos amigos de Medellín no hubo nadie, salvo el vendedor de camisetas a quien mi hermano le compró dos para vestirnos según gobernaba la ocasión. En la fila, como siempre, se sentía el aroma del cáñamo quemado, ofrecían chucherías y hubo muchos borrachos. Amenazó la lluvia varias veces y varias veces nos hicieron cambiar la fila de lugar.
Solamente hubo cuatro horas de retraso para entrar
En el concierto nos encontramos con Mauricio, que estaba allá desde antes porque trabajó como stage manager de Tenebrarum y decidió quedarse a ver a Venom. En el sitio hubo mucho gamín haciendo daños y arriesgando su vida, porque se tiraban del segundo piso al primero y nosotros apenas oíamos los estruendos y crujidos de ellos al golpearse. Con Mauricio nos devolvimos a Medellín, luego de correr con él por esas calles basurientas y malolientes, luego de casi que no cogemos un taxi y luego de que por milagro alcanzamos a subirnos al último bus hacia Medellín, en esa misma terminal antipática de gastronomía repelente. Con él compartimos los últimos Red Bull que nos quedaban.
A la mañana siguiente llegamos a nuestra ciudad y llamamos a mi esposa para que nos recogiera en carro y así poder ir a bañarnos y dormir lo que no pudimos. Ella es maravillosa.
Y sobre el concierto como tal, esa es otra historia… Mi hermano hizo un video.
5 de diciembre. Estábamos en una salida familiar, comprando ropa de marca a precios rebajados, en el barrio Guayabal. Al salir con las bolsas del botín nos sentamos a comer buñuelos y tomar Tutti Frutti de tamarindo y malta. La mesa, ocupada por la conversación sobre esos conciertos que he visto en Canadá y que difícilmente se verían en Colombia y los llantos de mi hijo -que era un bebé-. Como sacado del sombrero de un mago: "¡Jueputa home! ¡mañana toca Venom!"… en Bogotá, pfff :(.
La conversación alegre se tornó triste, empezamos a enumerar los inconvenientes de ese concierto en la Capital de la República, empezando por lo improvisado del viaje. A esas alturas ya no conseguiríamos el conocido tour+sánduche+jugo+boleta+camiseta, que normalmente algunos metaleros con visión comercial, organizan para hacerse a un dinero y a un "combo" de greñudos que se acompañe desde Medellín.
Por fortuna en esa mesa estaba mi esposa, que siempre me ha apoyado (sin acompañarme) en mis periplos metaleros, aún cuando me ha faltado fe. Ella nos animó para ir, nos dijo que era al día siguiente (cuando cumplía años mi mamá), que constantemente salen buses para Bogotá, que averiguáramos dónde y a qué horas era el concierto y cuánto vale la boleta, que no tiráraramos la toalla sin antes estar bien informados; y me hizo la pregunta clave: "¿a esos ya los viste alguna vez?"
"Nunca… jamás de los jamases, never in my fu**ing life y quién sabe si haya otra oportunidad"
"¡Entonces vayan!"
Y entonces fuimos.
Decidimos que esa noche tomaríamos el bus en lugar de tomarlo el mismo día del concierto. Uno nunca sabe: un derrumbe, una varada, un retén guerrillero, un retén militar. Nos hicimos al mercadito del guerrero metalero de corta superviviencia que garantiza una pequeña reserva de carbohidratos, grasas y proteínas: chocolatinas jet, maní salado y salchichas enlatadas. Empacamos además desodorante, calzoncillos limpios y una camiseta de repuesto.
Como a las 9 de la noche nos subimos al bus y nos sentamos en las primeras sillas porque queríamos estar alerta en la ruta atentos a cualquiera de esos tropiezos de carretera que ya mencioné. Estábamos tan alerta, que nos dimos cuenta de que el chofer no lo estaba. A pesar de la velocidad entre 80 y 90 Km/h, la oscuridad de las carreteras serpenteantes y la lluvia de montaña; este tipo de vez en cuando se dormía y dejaba colgar la cabeza por tres o cuatro segundos. Juan Diego y yo apenas nos mirábamos aguantando el aire y apretando el culo, sin decir nada y esperando llegar vivos a Bogotá.
En el camino consumimos nuestros alimentos y llegamos al destino como a las cuatro de la madrugada, un tiempo record. En la terminal de buses esperábamos desayunar y encontrar al menos una banquita en la cual recostarnos y dormir un poco. Todo cerrado, a excepción de las enormnes puertas de la terminal que dejaban colar un frío terrible hasta los huesos. Caminamos el recinto de punta a punta buscando qué comer, pero en las vitrinas que exhibían unos roscones tan grandes como llantas de carro, se paseaban las moscas esperando que los dueños abrieran los negocios.
Ni mear se podía, los baños estaban cerrados con cadenas cuya llave portaba el administrador que llegaba a eso de las nueve de la mañana. A las seis empezaron a abrir negocios, y como medida de protección, decidimos no comer en donde tuvieran colgado uno de esos roscones enormes que seguramente llevaban años esperando a que un turista los compre. Donde desayunamos nos comimos los buñuelos más horribles, crudos por dentro, grasosos y fríos, porque pedimos que los calentaran y al peor estilo capitalino, nos respondieron que eso no hacía parte del servicio. El Milo ni siquiera nos lo tomamos, le flotaban ojitos aceitosos y no había azúcar.
Al vernos deambular como zombis por la terminal, un vigilante se nos aproximó indagando nuestra situación. Él, de Buenaventura, fue la única persona que humanamente nos respondió preguntas y nos indicó el camino para huir de semejante recinto de antipatía y dirigirnos a un centro comercial, en el que encontraríamos la banquita para descansar, dónde soltar el chorrito y comida "seria"; pero lo abrían a las 10 de la mañana. No nos importó y anduvimos las calles un rato.
En el centro comercial pasamos el día dado vueltas, almorzamos a un precio que hubiera pagado el tiquete del bus y descansamos, pero no dormimos nada, "desde ayer". Recorrimos el lugar y a medida que pasaba el tiempo la fatiga se notaba sobre todo en el deterioro mental. Estábamos podridos de cansancio.
Un vigilante nos seguía, y con razón, eran casi las tres de la tarde y estábamos allí desde las diez de la mañana sin hacer nada. Para evitar problemas decidimos partir hacia el sitio del concierto, pero antes nos metimos a un mercado a comprar unas cuantas latas de Red Bull que nos ayudaran a aguantar la jornada. Éramos unos guiñapos y ni siquiera habíamos ido todavía al concierto.
Llegamnos al sitio, el nosequé Majestic, en un vecindario más bien feíto, y empezamos a hacer fila a las cuatro de la tarde. Por mucho que buscamos amigos de Medellín no hubo nadie, salvo el vendedor de camisetas a quien mi hermano le compró dos para vestirnos según gobernaba la ocasión. En la fila, como siempre, se sentía el aroma del cáñamo quemado, ofrecían chucherías y hubo muchos borrachos. Amenazó la lluvia varias veces y varias veces nos hicieron cambiar la fila de lugar.
Solamente hubo cuatro horas de retraso para entrar
En el concierto nos encontramos con Mauricio, que estaba allá desde antes porque trabajó como stage manager de Tenebrarum y decidió quedarse a ver a Venom. En el sitio hubo mucho gamín haciendo daños y arriesgando su vida, porque se tiraban del segundo piso al primero y nosotros apenas oíamos los estruendos y crujidos de ellos al golpearse. Con Mauricio nos devolvimos a Medellín, luego de correr con él por esas calles basurientas y malolientes, luego de casi que no cogemos un taxi y luego de que por milagro alcanzamos a subirnos al último bus hacia Medellín, en esa misma terminal antipática de gastronomía repelente. Con él compartimos los últimos Red Bull que nos quedaban.
A la mañana siguiente llegamos a nuestra ciudad y llamamos a mi esposa para que nos recogiera en carro y así poder ir a bañarnos y dormir lo que no pudimos. Ella es maravillosa.
Y sobre el concierto como tal, esa es otra historia… Mi hermano hizo un video.
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