Ahora que estoy cerca de los 40, en otro país, sigo teniendo esos gustos, pero aquí no soy tan raro porque este país, esta ciudad, está llena de gente rara, en la que un chifladito como yo pasa desapercibido y a duras penas sale del promedio.
No voy a renegar de mi patria, tampoco de las tradiciones. En incontables ocasiones me han tachado, señalado y hasta me han acusado casi que ante la policía, de no ser colombiano, mucho menos paisa; por el simple hecho de que a mí ¡no me gusta la natilla!
Las visitas decembrinas han sido un racimo de momentos incómodos, en los que educadamente he tenido que recibir el platico con el cubo tembloroso de natilla y la esfera deliciosa del buñuelo, ese sí me gusta… pero la natilla… ¡qué pereza la natilla!
Cuando ya tuve mi propio hogar y habité mi apartamento, se aparecían vecinas y familiares con una bandeja completa de natilla, pero los buñelos por ningún lado. Con el agravante de que a mi esposa tampoco le gusta ese postre navideño; y el momento de confesar ha llegado: esas bandejas las llevé de regalo a otras visitas, lo siento.
Me han insistido en que la natilla no me gusta por X o Y circunstancia:
- Estaba fría
- Estaba muy caliente
- Le faltó panela
- No es de arequipe
- No le echaron coco rallado
- Es de caja
- No es de maíz pilado
- Tenía canela
- No tenía canela
- No cuajó bien
- No fue hecha en leña
- No la batió un hombre
- No la batió una mujer en embarazo
- No es la de la abuelita
- No es la de la mamá
¡Qué va! puros argumentos chimbos, porque he probado todo tipo de natillas que combaten esos argumentos, y ninguna me ha gustado. Una vez, cuando fui administrador de una unidad residencial, hicimos una "natillada" con la gente de la unidad y los trabajadores, para celebrar la temporada decembrina, y fui escogido para el noble oficio de batir la paila con un remo más pesado que yo. Esa vez la hicimos en leña y en paila de barro, con maíz pilado, arequipe y panela, eran cantidades industriales de natilla que batía en un pesado vaivén con ese madero. "Esta vez me va a gustar", pensaba yo, porque estaba a cargo del asunto. A los descuidos de las señoras le echaba más panela y más arequipe. Todo el mundo estaba pendiente y me hicieron el honor de dar la primera probada. Por diplomacia encarné una mueca de placer al morder esa baba simploreta y harinosa, solamente para no aguar la fiesta y motivar a que todos se comieran eso y no me quedara "ni el pegao".
Como decía un ex compañero de trabajo: "la natilla es tan maluca que todo el mundo la regala". ¿Quién regala los buñelos o las hojuelas? Muy poquitos… En esas reuniones en las que me entregaban un platico con un pedazo de natilla y un buñuelito, siempre, sin excepción, traté de negociar con los comensales el intercambio de mi natilla por su buñuelo… ha tenido más éxito el disco de Jota Mario Valencia. Tal vez una o dos veces, una dama mal informada se dejaba "tramar" con el cuento de las calorías y yo logré hacerme al buñuelo y ella se quedaba con porción doble de natilla: celulitis directa a las nalgas.
Hace mucho, cuando Colombia era un país más feliz, en radio dijeron que Conavi (Corporación bancaria absorbida por Bancolombia) tenía una sorpresa para quienes abrieran una cuenta o aumentaran su saldo en diciembre. Yo aumenté mi saldo y fui a reclamar mi sorpresa… un platico con un pedacito de natilla SIN BUÑUELO. Me sentí atracado, y al salir le di la natilla a un niño de la calle que cuidaba los carros en la esquina de la carrera 73 con calle Colombia, que seguramente apreciaría ese gesto de generosidad de mi parte. La botó, estaba mamao de que todo el que saliera de Conavi le diera la misma natilla y ningún buñuelo.
Menos mal solamente eso se acostumbra en Navidad. Me imagino recibiendo bandejas todo el año sin motivo aparente y sin saber qué hacer con ellas. Mi vida social no da para tanta visita con el fin de re-regalar la natilla… y aunque no me guste, eso es comida y da pesar botarla a la basura. Pero yo no soy tan radical, le he dado varias oportunidades a la natilla de que me guste, simplemente -sobre todo, simple- no me siento atraído por la textura ni el sabor de las múltiples formas del postre que han llegado a mi paladar.
Una vez sí, por necesidad, tuve que comerme una… era la fiesta de Navidad para los empleados de otra empresa en la que trabajé. El almuerzo fue pollito frito apanadito: alitas y muslitos, con papitas y juguito. Quedé con tanta hambre que no me quedó alternativa y engullí la natilla que sí venía con buñuelo… hay momentos en los que uno tiene que hacer lo que uno tiene que hacer.
Muy distinto sería si en vez de natilla dieran fresas con crema, o salpicón de frutas con helado, o al menos empanadas de iglesia que a todo el mundo le gustan, pero la lógica se resume en la frase: "nunca regales lo que quieres para tí". Tampoco me gusta el arroz con leche, pero esa es otra historia.
Jajajaja me reí mucho ome!
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