Yo no tengo ni idea en qué contexto Vicky Dávila dijo o insinuó que los enfermeros son auxiliares de los médicos y tampoco conozco las palabras textuales de ella respecto a la ignorancia de estos profesionales comparada con la de los doctores en medicina. Por Facebook caí accidentalmente en esta carta que un enfermero dolido le envió a la periodista, en la que además de cantarle la tabla, ilustra someramente qué es y por qué es importante un enfermero.
Una lección que aprendí ejerciendo el periodismo es que uno no debe hablar en los medios de comunicación a título personal, a no ser que se trate de un evento en el que uno sea el protagonista de la historia o testigo del suceso, y que todo lo que una vaya a decir, debe ser verificado. Pero en radio las cosas son un poco diferentes. Se improvisa mucho y a veces se mete la pata y peor que eso, no se sabe quién esté escuchando en ese momento.
Y como este blog es personal, yo si digo las cosas desde las tripas y los huesos
He estado en el quirófano en seis oportunidades, he estado en urgencias en otras tantas para procedimientos menores, como coser una puñalada por ejemplo, y he sido acompañante de mis seres queridos cuando ellos han tenido que darse una pasada por clínicas, hospitales y centros de salud. El contacto con el personal médico no ha sido poco, y en todas esas experiencias he conocido gente de todo tipo -por fortuna, buenos la mayoría- y he tenido una relación cordial con quienes me han atendido o han atendido a mi familia.
Yo vivo agradecido con todos ellos, con los médicos y las enfermeras que estuvieron a mi lado para velar por mi salud, mi recuperación después de las cirugías y que en otras circustancias, me han tratado como paciente siendo acompañante. Especialmente, aunque ya olvidé sus rostros y sus nombres, el grupo de enfermeras que nos atendió en Montreal cuando hubo una dolorosa pérdida en mi familia; esas mujeres nos dieron todos los cuidados sanitarios necesarios y demostraron una preocupación constante, no solamente por la salud física, sino por el bienestar mental y emocional en semejante amargura. Gracias a esas mujeres pudimos continuar nuestro camino en la vida y no nos dejamos derrotar.
En todas las veces que he estado en urgencias en Colombia o aquí, han sido las enfermeras quienes a veces exceden sus tareas para darnos la atención en tiempos más breves, palabras de consuelo o aliento -y eso fundado en el aspecto médico, no espiritual- y que inclusive presionan a los médicos para que nos presten su servicio prontamente.
Una de las cosas que me parecen más increíbles es cómo las enfermeras pueden saludar con una sonrisa en un entorno tan lleno de angustia, tensión y desesperación como las urgencias o las salas de recuperación. En una de mis cirugías, en la sala de recuperación en la que estuve una semana, una de esas noches de dolor infernal la enfermera hacía su ronda, más o menos a las tres de la mañana mi dolor era insoportable y cuando ella vino a aplicarme los analgésicos de rutina apareció como un ángel: una sonrisa cálida, un saludo cordial y me preguntó cómo estaba… respondí honestamente que me quería arrancar el brazo que me dolía, y como me enseñaron en la casa, devolví la pregunta: "¿Y usted cómo está?"
Sonrió… "bien, gracias don José". No le creí, vi en su mirada esquiva que las palabras eran vacías o al menos una mentirita blanca y le dije que no le creía… ella me dijo que sí, que estaba bien, pero cansada… estaba "doblando" turno porque reemplazaba a una compañera, pero que estaba bien y me agradeció que yo manifestara un poco de preocupación por ella, me dio unas palmaditas fraternales en el hombro, puso la droga en la bolsa que cuelgan al lado de la camilla y me ofreció algo de tomar.
Con la puñalada en la rodilla, la enfermera me dijo muy sinceramente que me tenía que lavar la herida con yodo y que me iba a doler un poquito. Hasta ese momento no había sentido ningún dolor, ni siquiera cuando el ladrón me cortó con el cuchillo. Ella vino con un galón de yodo y gasas, y me dijo "agárrese duro" mientras me embestía con la gasa empapada en yodo y frotaba la herida vigorosamente. Me dolió, sí, pero creo que le dolió más a ella el brazo del que me sostuve y apreté a muerte mientras soplaba bufidos de dolor.
Tengo muchas anécdotas con las enfermeras y los médicos, en general son buenas y no me quejo de ellos, bueno, solamente de un ortopedista comemierda que me tocó en el Hospital Pablo Tobón Uribe. Como donador de sangre y en las muestras que me han extraído he dado con "buenas manos" que han hecho su trabajo impecable sin dejarme morados ni infecciones, con las fracturas tuve la fortuna de que las enfermeras se tomaban el trabajo de enseñarme a usar un pato y hacer mis cuestiones personales, con los accidentes de tránsito ellas me han hecho las curaciones y le enseñaron a mi mamá a hacerlas en la casa; en otros momentos que no voy a detallar, me han enseñado a hacer enemas, poner supositorios, quitar suturas y limpiar infecciones.
Nos han enseñado además (junto con la terapeuta respiratoria) a hacerle lipiezas nasales a mi niñito cuando estuvo hospitalizado por neumonía… Vicky Dávila dijo que son las asistentes de los médicos, tal vez, desde un punto de vista puede ser mirado así, porque las enfermeras hacen todo lo que ellos no saben hacer, no quieren hacer o no les queda tiempo. En todas esas veces que he estado en instituciones de salud, el contacto con los médicos se reduce a unos pocos minutos, mientras que con las enfermeras es más prolongado y ellas hacen todo, el médico dice una cosa o la otra, toma notas, llena formularios y se ocupa de cosas de "otro nivel".
No estoy menospreciando a los doctores, con ellos estoy muy agradecido tras los transplantes, osteosíntesis, nacimientos e infecciones; pero eso es otra historia.
Un sitio donde las opiniones particulares no tienen censura, el método es la duda, buscar la verdad no es necesario, solamente ponerla en juicio.
29 nov 2013
27 nov 2013
No me la como ni en bandeja de plata
Más o menos a los 14 años empecé a ser consciente de que soy un bicho raro… y no por los pelos que nacían en partes del cuerpo o el acné que poseía a mi deforme rostro narizón y de cumbamba flaca y prominente enmarcado por unas gafas enormes. No, nada que ver con el aspecto lastimero de un adolescente. Bicho raro porque mis gustos y disgustos eran muy distintos a los que la "gente del común" tiene y acostumbra.
Ahora que estoy cerca de los 40, en otro país, sigo teniendo esos gustos, pero aquí no soy tan raro porque este país, esta ciudad, está llena de gente rara, en la que un chifladito como yo pasa desapercibido y a duras penas sale del promedio.
No voy a renegar de mi patria, tampoco de las tradiciones. En incontables ocasiones me han tachado, señalado y hasta me han acusado casi que ante la policía, de no ser colombiano, mucho menos paisa; por el simple hecho de que a mí ¡no me gusta la natilla!
Las visitas decembrinas han sido un racimo de momentos incómodos, en los que educadamente he tenido que recibir el platico con el cubo tembloroso de natilla y la esfera deliciosa del buñuelo, ese sí me gusta… pero la natilla… ¡qué pereza la natilla!
Cuando ya tuve mi propio hogar y habité mi apartamento, se aparecían vecinas y familiares con una bandeja completa de natilla, pero los buñelos por ningún lado. Con el agravante de que a mi esposa tampoco le gusta ese postre navideño; y el momento de confesar ha llegado: esas bandejas las llevé de regalo a otras visitas, lo siento.
Me han insistido en que la natilla no me gusta por X o Y circunstancia:
¡Qué va! puros argumentos chimbos, porque he probado todo tipo de natillas que combaten esos argumentos, y ninguna me ha gustado. Una vez, cuando fui administrador de una unidad residencial, hicimos una "natillada" con la gente de la unidad y los trabajadores, para celebrar la temporada decembrina, y fui escogido para el noble oficio de batir la paila con un remo más pesado que yo. Esa vez la hicimos en leña y en paila de barro, con maíz pilado, arequipe y panela, eran cantidades industriales de natilla que batía en un pesado vaivén con ese madero. "Esta vez me va a gustar", pensaba yo, porque estaba a cargo del asunto. A los descuidos de las señoras le echaba más panela y más arequipe. Todo el mundo estaba pendiente y me hicieron el honor de dar la primera probada. Por diplomacia encarné una mueca de placer al morder esa baba simploreta y harinosa, solamente para no aguar la fiesta y motivar a que todos se comieran eso y no me quedara "ni el pegao".
Como decía un ex compañero de trabajo: "la natilla es tan maluca que todo el mundo la regala". ¿Quién regala los buñelos o las hojuelas? Muy poquitos… En esas reuniones en las que me entregaban un platico con un pedazo de natilla y un buñuelito, siempre, sin excepción, traté de negociar con los comensales el intercambio de mi natilla por su buñuelo… ha tenido más éxito el disco de Jota Mario Valencia. Tal vez una o dos veces, una dama mal informada se dejaba "tramar" con el cuento de las calorías y yo logré hacerme al buñuelo y ella se quedaba con porción doble de natilla: celulitis directa a las nalgas.
Hace mucho, cuando Colombia era un país más feliz, en radio dijeron que Conavi (Corporación bancaria absorbida por Bancolombia) tenía una sorpresa para quienes abrieran una cuenta o aumentaran su saldo en diciembre. Yo aumenté mi saldo y fui a reclamar mi sorpresa… un platico con un pedacito de natilla SIN BUÑUELO. Me sentí atracado, y al salir le di la natilla a un niño de la calle que cuidaba los carros en la esquina de la carrera 73 con calle Colombia, que seguramente apreciaría ese gesto de generosidad de mi parte. La botó, estaba mamao de que todo el que saliera de Conavi le diera la misma natilla y ningún buñuelo.
Menos mal solamente eso se acostumbra en Navidad. Me imagino recibiendo bandejas todo el año sin motivo aparente y sin saber qué hacer con ellas. Mi vida social no da para tanta visita con el fin de re-regalar la natilla… y aunque no me guste, eso es comida y da pesar botarla a la basura. Pero yo no soy tan radical, le he dado varias oportunidades a la natilla de que me guste, simplemente -sobre todo, simple- no me siento atraído por la textura ni el sabor de las múltiples formas del postre que han llegado a mi paladar.
Una vez sí, por necesidad, tuve que comerme una… era la fiesta de Navidad para los empleados de otra empresa en la que trabajé. El almuerzo fue pollito frito apanadito: alitas y muslitos, con papitas y juguito. Quedé con tanta hambre que no me quedó alternativa y engullí la natilla que sí venía con buñuelo… hay momentos en los que uno tiene que hacer lo que uno tiene que hacer.
Muy distinto sería si en vez de natilla dieran fresas con crema, o salpicón de frutas con helado, o al menos empanadas de iglesia que a todo el mundo le gustan, pero la lógica se resume en la frase: "nunca regales lo que quieres para tí". Tampoco me gusta el arroz con leche, pero esa es otra historia.
Ahora que estoy cerca de los 40, en otro país, sigo teniendo esos gustos, pero aquí no soy tan raro porque este país, esta ciudad, está llena de gente rara, en la que un chifladito como yo pasa desapercibido y a duras penas sale del promedio.
No voy a renegar de mi patria, tampoco de las tradiciones. En incontables ocasiones me han tachado, señalado y hasta me han acusado casi que ante la policía, de no ser colombiano, mucho menos paisa; por el simple hecho de que a mí ¡no me gusta la natilla!
Las visitas decembrinas han sido un racimo de momentos incómodos, en los que educadamente he tenido que recibir el platico con el cubo tembloroso de natilla y la esfera deliciosa del buñuelo, ese sí me gusta… pero la natilla… ¡qué pereza la natilla!
Cuando ya tuve mi propio hogar y habité mi apartamento, se aparecían vecinas y familiares con una bandeja completa de natilla, pero los buñelos por ningún lado. Con el agravante de que a mi esposa tampoco le gusta ese postre navideño; y el momento de confesar ha llegado: esas bandejas las llevé de regalo a otras visitas, lo siento.
Me han insistido en que la natilla no me gusta por X o Y circunstancia:
- Estaba fría
- Estaba muy caliente
- Le faltó panela
- No es de arequipe
- No le echaron coco rallado
- Es de caja
- No es de maíz pilado
- Tenía canela
- No tenía canela
- No cuajó bien
- No fue hecha en leña
- No la batió un hombre
- No la batió una mujer en embarazo
- No es la de la abuelita
- No es la de la mamá
¡Qué va! puros argumentos chimbos, porque he probado todo tipo de natillas que combaten esos argumentos, y ninguna me ha gustado. Una vez, cuando fui administrador de una unidad residencial, hicimos una "natillada" con la gente de la unidad y los trabajadores, para celebrar la temporada decembrina, y fui escogido para el noble oficio de batir la paila con un remo más pesado que yo. Esa vez la hicimos en leña y en paila de barro, con maíz pilado, arequipe y panela, eran cantidades industriales de natilla que batía en un pesado vaivén con ese madero. "Esta vez me va a gustar", pensaba yo, porque estaba a cargo del asunto. A los descuidos de las señoras le echaba más panela y más arequipe. Todo el mundo estaba pendiente y me hicieron el honor de dar la primera probada. Por diplomacia encarné una mueca de placer al morder esa baba simploreta y harinosa, solamente para no aguar la fiesta y motivar a que todos se comieran eso y no me quedara "ni el pegao".
Como decía un ex compañero de trabajo: "la natilla es tan maluca que todo el mundo la regala". ¿Quién regala los buñelos o las hojuelas? Muy poquitos… En esas reuniones en las que me entregaban un platico con un pedazo de natilla y un buñuelito, siempre, sin excepción, traté de negociar con los comensales el intercambio de mi natilla por su buñuelo… ha tenido más éxito el disco de Jota Mario Valencia. Tal vez una o dos veces, una dama mal informada se dejaba "tramar" con el cuento de las calorías y yo logré hacerme al buñuelo y ella se quedaba con porción doble de natilla: celulitis directa a las nalgas.
Hace mucho, cuando Colombia era un país más feliz, en radio dijeron que Conavi (Corporación bancaria absorbida por Bancolombia) tenía una sorpresa para quienes abrieran una cuenta o aumentaran su saldo en diciembre. Yo aumenté mi saldo y fui a reclamar mi sorpresa… un platico con un pedacito de natilla SIN BUÑUELO. Me sentí atracado, y al salir le di la natilla a un niño de la calle que cuidaba los carros en la esquina de la carrera 73 con calle Colombia, que seguramente apreciaría ese gesto de generosidad de mi parte. La botó, estaba mamao de que todo el que saliera de Conavi le diera la misma natilla y ningún buñuelo.
Menos mal solamente eso se acostumbra en Navidad. Me imagino recibiendo bandejas todo el año sin motivo aparente y sin saber qué hacer con ellas. Mi vida social no da para tanta visita con el fin de re-regalar la natilla… y aunque no me guste, eso es comida y da pesar botarla a la basura. Pero yo no soy tan radical, le he dado varias oportunidades a la natilla de que me guste, simplemente -sobre todo, simple- no me siento atraído por la textura ni el sabor de las múltiples formas del postre que han llegado a mi paladar.
Una vez sí, por necesidad, tuve que comerme una… era la fiesta de Navidad para los empleados de otra empresa en la que trabajé. El almuerzo fue pollito frito apanadito: alitas y muslitos, con papitas y juguito. Quedé con tanta hambre que no me quedó alternativa y engullí la natilla que sí venía con buñuelo… hay momentos en los que uno tiene que hacer lo que uno tiene que hacer.
Muy distinto sería si en vez de natilla dieran fresas con crema, o salpicón de frutas con helado, o al menos empanadas de iglesia que a todo el mundo le gustan, pero la lógica se resume en la frase: "nunca regales lo que quieres para tí". Tampoco me gusta el arroz con leche, pero esa es otra historia.
4 nov 2013
De la mochila arhuaca al bolso Louis Vuitton
Yo no me contento con cualquier mochilita. Para mí es importante que tenga distintos bolsillos y compartimientos para que mis cosas queden ordenadas y sobre todo, para que las encuentre fácil cuando las necesito.
Esta nota está llena de testosterona, no por la baba oscura y maloliente que le chorrea a los elefantes machos detrás de los ojos, sino porque no puedo evitar ser hombre y se me hace imposible comprender la fascinación femenina con los bolsos y los zapatos; y peor aún, con los precios que algunas damas están dispuestas a pagar por esos artículos en relación con el uso.
Me voy a concentrar en los bolsos, que es lo que menos entiendo. Por lo general las cosas se echan como en una piñata y esa es una de las razones por las que cuando uno llama a algunas mujeres al celular, hay que hacer tres intentos mientras que encuentran el teléfono. Cuando necesitan las llaves, por razones de gravedad y otras leyes de la física, siempre están al fondo, y parece que no notan que la mayoría de bolsos cuentan al menos con un bolsillito para eso.
Yo tuve fascinanción por los bolsos, cuando era niño. El bolso de la mamá (o las tías, las abuelas) era una de esas cosas maravillosas que uno esculcaba de pequeño, por algun milagro siempre había confites o chocolates ahí. Con toda la curia del caso, uno metía la mano y al tanteo ubicaba el celofán y se robaba el dulce… pero la inocencia es bella y la ignorancia a veces perjudicial.
Esos confites siempre estaban envenenados, sabían antes que a naranja o fresa; a perfume, talco, laca o aspirinas; se corría el riesgo de encontrar otros paquetes menos apetitosos como toallas femeninas, pelos en un cepillo para peinar, pañuelos desechables a medio usar untados de labial, otros polvos, chicles envueltos en papel o quién sabe qué otras cosas.
Era una trampa. Al meter la mano era muy difícil mantener el sigilo, había que revolcar entre llaves, cosméticos, tarros de cremas de manos y talcos, pastillas de varios tipos, cajas de cigarrillos (¡sí, qué asco!), aretes nonos y collares enredados, "La palabra de Dios" del último domingo, una media velada rota, sobrecitos de salsas que quedaron de la última visita a un restaurante, cortaúñas, monedas y billetes sueltos, una estampa del Sagrado Corazón o San Judas y medallitas de san Benito. Un bolso es un cascabel gigante.
Ya viejo, esas expediciones al bolso son una pesadilla, sea mi mamá, mi esposa o una amiga, todas tienen en común el uso de un talego, a veces caro, que resulta inútil, no como mi billetera o los bolsillos de mi pantalón. Yo sé con exactitud donde tengo mis cosas guardadas y soy capaz de dar instrucciones precisas para que alguien encuentre, por decir algo, mi documento de identidad en el bolsillo transparente de la derecha de mi billetera, en el bolsillo izquierdo del pantalón que tengo puesto o en mi mesa de noche.
En el caso de las mujeres la cosa se complica, no solamente por la configuración caótica en que disponen su bolso, sino porque cuando a uno lo mandan a buscar algo al bolso hay que preguntar "cuál bolso". Ellas quieren tener bolsos para toda ocasión, que hagan rima con sus zapatos y correa si es el caso, que se vean bonitos con los aretes e inclusive, que hasta se vean bien con el esmalte de uñas, por fortuna mi esposa no es tan dedicada a esos extremos estéticos.
Bolsos de todos los colores y tamaños, que ocupan la mitad del armario y que siempre guardan algun secretico o una sopresa. Pero hasta entiendo que se tenga que combinar el bolso con los zapatos, lo que no entiendo es por qué meterle tanta plata a un artículo que hace el mismo trabajo que otro menos costoso… son lujos porque como ya he dicho, la utilidad a veces es nula (remítase a un bolso de fiesta).
"¿Trajiste el recibo?" "sí, está en el bolso… espereate lo busco… Yo sé que está en el bolso… ah! se me quedó en el otro bolso :(" El cambio de bolsos es un problema social. Si las mujeres no "tuvieran" que estar cambiando de bolso, las cosas no se perderían con tanta frecuencia y la convivencia sería mucho mejor. Después de uno de esos diálogos viene un episodio de disgusto y cantaleta en la que el hombre lleva las de perder porque no fue él quien guardó el recibo.
Limas de uñas, chocolatinas a medio comer, la tajada de torta de cumpleaños de una amiga para llevarle a la mamá, un libro interesantísimo, la revista de sudokus, un bolígrafo que no escribe y otro que chorrea tinta, pastillas con la fecha de vencimiento desteñida, la tiza mata cucarachas, un espejito decorado, unos audífonos enredados, tal vez una libreta de teléfonos en la que rigurosamente se guardan datos por orden alfabético:
El número de Karen en la A, por lo de "en alemán", el de Sandra López en la C de "cuñada", el de la mamá obviamente en la M y el de la abuelita definitivamente en en la T, por "lo más tierno del mundo", el número de Carlos el Veterinario en la P de perro.
Con mis ojos masculinos veo los bolsos como iguales casi todos, a no ser de que se trate de una cosa esperpéntica y endemoniadamente fea, como el monedero que vi antier con forma de rosquilla, a veces les noto detalles bonitos y hasta rebeldes y les encuentro el encanto, pero hay bolsos a los que no les veo la gracia, a casi ninguno, y mucho menos cuando les veo el precio.
Un bolso… ¡un bolso! que puede costar la cuota inicial de una casa o los estudios completos en una buena universidad privada, el tratamiento de un transplante o el arranque de un negocio. Aquí pongo unos ejemplos de bolsos de segunda, que rebajados y todo, tienen precios escandalosos (en dólares de Estados Unidos, tomado de http://www.yoogiscloset.com/):
"¡Divinos!" dirán las mujeres, pero me atrevo a asegurar que esos precios solamente obedecen a la marca, indudablemente la factura y los materiales deben ser impecables, pero nada que se pueda remediar con prefectas imitaciones chinas que engañan hasta los ojos más entrenados. Y aún las imitaciones las encuentro caras, un bolso chiviado por CAN$300 es un robo.
Y donde no se encuentra nada… porque una mujer que pague por un bolso de esos no necesita llaves, ni pañuelos ni nada, tiene a quién pagarle para que le haga todo y le cargue todo, o compra las cosas mientras las va necesitando.
Hay mujeres que además de llevar bolsos caros, quizá no tanto como estos que puse, además trabajan y cargan la "coca" del almuerzo en loncheras disfrazadas que imitan a sus parientes bolsos, y en eso también se mueve la moda y es "necesario" guardar la elegancia y la distinción para transportar los sobrados de anoche que son el almuerzo de hoy. Las veo en el tren y los buses encartadas cargando dos bolsos en la mano, un tarro de café en la otra, si llueve: un paraguas… Desde mi óptica, un morral bien diseñado hace el trabajo y me vale gorro si el morral no combina con mis zapatos o mis botas de invierno porque no voy a estar todo el día cargando el morral ni la lonchera del almuerzo, sobre todo en este país donde a la gente le importa un furúculo la pinta de los demás (y eso es bueno).
Una vez vi un bolso para señora que encontré de los más práctico: tenía bolsillos para todo, espejo en la tapa y hasta una luz automática que se prendía al abrirlo y me hizo recordar al epítome de los bolsos, la "navaja suiza" de los talegos, el impajaritable de los caminantes… el accesorio del arriero: el carriel. Si yo fuera mujer, hubiera comprado cinco: uno para mí, otro para mi mamá y los otros tres para dar de aguinaldo.
Yo me contento con algo que sea práctico aunque no me salga con los zapatos ni con la correa, algo que aguante el sol, el agua y el frío, que me sirva para los paseos, las caminatas y viajes cortos, que me sirva para guardar cualquier cosa y que la encuentre fácil. Y respecto a los zapatos de las mujeres… eso es otra historia.
Esta nota está llena de testosterona, no por la baba oscura y maloliente que le chorrea a los elefantes machos detrás de los ojos, sino porque no puedo evitar ser hombre y se me hace imposible comprender la fascinación femenina con los bolsos y los zapatos; y peor aún, con los precios que algunas damas están dispuestas a pagar por esos artículos en relación con el uso.
Me voy a concentrar en los bolsos, que es lo que menos entiendo. Por lo general las cosas se echan como en una piñata y esa es una de las razones por las que cuando uno llama a algunas mujeres al celular, hay que hacer tres intentos mientras que encuentran el teléfono. Cuando necesitan las llaves, por razones de gravedad y otras leyes de la física, siempre están al fondo, y parece que no notan que la mayoría de bolsos cuentan al menos con un bolsillito para eso.
Yo tuve fascinanción por los bolsos, cuando era niño. El bolso de la mamá (o las tías, las abuelas) era una de esas cosas maravillosas que uno esculcaba de pequeño, por algun milagro siempre había confites o chocolates ahí. Con toda la curia del caso, uno metía la mano y al tanteo ubicaba el celofán y se robaba el dulce… pero la inocencia es bella y la ignorancia a veces perjudicial.
Esos confites siempre estaban envenenados, sabían antes que a naranja o fresa; a perfume, talco, laca o aspirinas; se corría el riesgo de encontrar otros paquetes menos apetitosos como toallas femeninas, pelos en un cepillo para peinar, pañuelos desechables a medio usar untados de labial, otros polvos, chicles envueltos en papel o quién sabe qué otras cosas.
Era una trampa. Al meter la mano era muy difícil mantener el sigilo, había que revolcar entre llaves, cosméticos, tarros de cremas de manos y talcos, pastillas de varios tipos, cajas de cigarrillos (¡sí, qué asco!), aretes nonos y collares enredados, "La palabra de Dios" del último domingo, una media velada rota, sobrecitos de salsas que quedaron de la última visita a un restaurante, cortaúñas, monedas y billetes sueltos, una estampa del Sagrado Corazón o San Judas y medallitas de san Benito. Un bolso es un cascabel gigante.
Ya viejo, esas expediciones al bolso son una pesadilla, sea mi mamá, mi esposa o una amiga, todas tienen en común el uso de un talego, a veces caro, que resulta inútil, no como mi billetera o los bolsillos de mi pantalón. Yo sé con exactitud donde tengo mis cosas guardadas y soy capaz de dar instrucciones precisas para que alguien encuentre, por decir algo, mi documento de identidad en el bolsillo transparente de la derecha de mi billetera, en el bolsillo izquierdo del pantalón que tengo puesto o en mi mesa de noche.
En el caso de las mujeres la cosa se complica, no solamente por la configuración caótica en que disponen su bolso, sino porque cuando a uno lo mandan a buscar algo al bolso hay que preguntar "cuál bolso". Ellas quieren tener bolsos para toda ocasión, que hagan rima con sus zapatos y correa si es el caso, que se vean bonitos con los aretes e inclusive, que hasta se vean bien con el esmalte de uñas, por fortuna mi esposa no es tan dedicada a esos extremos estéticos.
Bolsos de todos los colores y tamaños, que ocupan la mitad del armario y que siempre guardan algun secretico o una sopresa. Pero hasta entiendo que se tenga que combinar el bolso con los zapatos, lo que no entiendo es por qué meterle tanta plata a un artículo que hace el mismo trabajo que otro menos costoso… son lujos porque como ya he dicho, la utilidad a veces es nula (remítase a un bolso de fiesta).
"¿Trajiste el recibo?" "sí, está en el bolso… espereate lo busco… Yo sé que está en el bolso… ah! se me quedó en el otro bolso :(" El cambio de bolsos es un problema social. Si las mujeres no "tuvieran" que estar cambiando de bolso, las cosas no se perderían con tanta frecuencia y la convivencia sería mucho mejor. Después de uno de esos diálogos viene un episodio de disgusto y cantaleta en la que el hombre lleva las de perder porque no fue él quien guardó el recibo.
Limas de uñas, chocolatinas a medio comer, la tajada de torta de cumpleaños de una amiga para llevarle a la mamá, un libro interesantísimo, la revista de sudokus, un bolígrafo que no escribe y otro que chorrea tinta, pastillas con la fecha de vencimiento desteñida, la tiza mata cucarachas, un espejito decorado, unos audífonos enredados, tal vez una libreta de teléfonos en la que rigurosamente se guardan datos por orden alfabético:
El número de Karen en la A, por lo de "en alemán", el de Sandra López en la C de "cuñada", el de la mamá obviamente en la M y el de la abuelita definitivamente en en la T, por "lo más tierno del mundo", el número de Carlos el Veterinario en la P de perro.
Con mis ojos masculinos veo los bolsos como iguales casi todos, a no ser de que se trate de una cosa esperpéntica y endemoniadamente fea, como el monedero que vi antier con forma de rosquilla, a veces les noto detalles bonitos y hasta rebeldes y les encuentro el encanto, pero hay bolsos a los que no les veo la gracia, a casi ninguno, y mucho menos cuando les veo el precio.
Un bolso… ¡un bolso! que puede costar la cuota inicial de una casa o los estudios completos en una buena universidad privada, el tratamiento de un transplante o el arranque de un negocio. Aquí pongo unos ejemplos de bolsos de segunda, que rebajados y todo, tienen precios escandalosos (en dólares de Estados Unidos, tomado de http://www.yoogiscloset.com/):
Louis Vuitton Limited Edition Marron Alligator Lockit PM Bag
Overall Condition: Like new
Production Year: 2007
Retail Price: $24,000.00
Yoogi's Closet: $14,500.00
Save: 40%
|
Hermes 35cm Chocolate Togo Leather Gold Plated Birkin Bag
Overall Condition: Like new
Production Year: 2012
Yoogi's Closet: $13,995.00
|
Chanel Matte Gold 2.55 Reissue Crocodile 226 Flap Bag
Overall Condition: Gently used
Production Year: 2007
Retail Price: $35,000.00
Yoogi's Closet: $11,995.00
Save: 66%
|
Fendi White Mink Spy Bag
Overall Condition: Like new
Retail Price: $9,450.00
Yoogi's Closet: $3,875.00
Sale: $2,965.00
Save: 69%
|
Y donde no se encuentra nada… porque una mujer que pague por un bolso de esos no necesita llaves, ni pañuelos ni nada, tiene a quién pagarle para que le haga todo y le cargue todo, o compra las cosas mientras las va necesitando.
Hay mujeres que además de llevar bolsos caros, quizá no tanto como estos que puse, además trabajan y cargan la "coca" del almuerzo en loncheras disfrazadas que imitan a sus parientes bolsos, y en eso también se mueve la moda y es "necesario" guardar la elegancia y la distinción para transportar los sobrados de anoche que son el almuerzo de hoy. Las veo en el tren y los buses encartadas cargando dos bolsos en la mano, un tarro de café en la otra, si llueve: un paraguas… Desde mi óptica, un morral bien diseñado hace el trabajo y me vale gorro si el morral no combina con mis zapatos o mis botas de invierno porque no voy a estar todo el día cargando el morral ni la lonchera del almuerzo, sobre todo en este país donde a la gente le importa un furúculo la pinta de los demás (y eso es bueno).
Una vez vi un bolso para señora que encontré de los más práctico: tenía bolsillos para todo, espejo en la tapa y hasta una luz automática que se prendía al abrirlo y me hizo recordar al epítome de los bolsos, la "navaja suiza" de los talegos, el impajaritable de los caminantes… el accesorio del arriero: el carriel. Si yo fuera mujer, hubiera comprado cinco: uno para mí, otro para mi mamá y los otros tres para dar de aguinaldo.
http://uncrate.com/stuff/cocoon-slim-backpack |
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