J.A. Cano, agradecido con vos toda mi vida
Tal vez eran las siete y media u ocho. estaba sentado en una oficina discutiendo con los demás miembros del consejo de administración cualquier asunto importante, de esos que se discuten en una unidad residencial. De pronto sentí un dolor intenso en el ojo derecho, como si me hubieran pegado un papirotazo y como reflejo me tapé el ojo rápidamente con un expresivo: ¡jueputa!
Para corregir el astigmatismo por el queratocono es que debía usar lentes gas permeables |
Los consejeros se espantaron y preguntaron qué me pasaba. Entre disculpas expliqué que seguramente se me había intentado saltar un lente de contacto y eso a veces duele. Como siempre expliqué que mis lentes son gas permeables y no blandos, y que eso conlleva algunas molestias, pero ésta era nueva. Revisé con un espejo prestado y el lente seguía en su posición.
En lo amena que pudo haber sido la reunión, más o menos una hora más tarde sentí el dolor, esta ocasión más intenso y un poco más prolongado. Opté por retirar el lente de contacto y solicité se me excusara para ir a mi casa a guardar el lente problemático, sin embargo quería cerrar el tema. ¡TIN! Otra vez el dolor, cada vez peor, así que huí a mi casa (apartamento) que estaba a pocos metros de la oficina.
Al llegar a mi casa, que era el hogar familiar en mi soltería, llegué derecho al baño a quitarme los lentes de contacto, ponerlos a desproteinizar y ponerme las gafas, tomarme un Advil y a comer. No pasé del Advil, el dolor ya era constante, como un martilleo palpitante en la córnea y sabiendo que mi salud estaba en riesgo, engullí otras dos grajeas, fueron 1.200 mg de un tiro con los que esperaba eliminar semejante dolor tan insoportable.
Hambre, pero no tenía ganas de preparar nada, me comí unas salchichas crudas y empecé a apagar las luces. No grité pidiendo ayuda, no por ser extraordinariamente valiente y estóico, sino porque no había nadie: toda mi familia, incluyendo tías y primas, se había ido de vacaciones a más de 12 horas en carro, a la costa Caribe colombiana. Solo empecé a desesperarme con el dolor que comenzaba a marear y decidí acostarme.
El dolor era tan intenso como si a una migraña le diera migraña, como la escena aquella en que Oberin Martel sale de la historia. Lloraba del dolor, me retorcía en mi cama bañado en lágrimas y mocos, no sé cuánto tiempo pasó: si minutos u horas, pero llegó el momento en que perdí el sentido.
Tsssss, tssss, tssss, tsssss
El beeper se activó con la alarma y por reflejo me levanté como todos los días a mi rutina matinal. El dolor seguía allí, pero no tan intenso, ya me estaba acostumbrando. Tenía la vista más nublada que de costumbre y supuse que era por mi noche plañidera. Me rasqué los ojos queriendo quitar las lagañas, pero en el ojo derecho la "nube" seguía por mucho que rascara. Fui al espejo del baño y me tapaba uno ojo y el otro: se ve, no se ve; se ve, no se ve; se ve, no se ve. Por el ojo derecho veía blanco y me arrimé lo más posible al espejo para detectar dónde tenía la mugre.
Leucoma corneal... Ese fue el diagnóstico, pero este no es mi ojo |
No había mugre, tenía el ojo blanco, no tanto como el maestro de Kwai Chang Caine, pero lo suficiente como para estar ciego. Me senté a llorar en el sanitario mientras decidía qué hacer. Fui a trabajar sin lentes de contacto ni gafas, manejé esa moto no sé cómo y llegué a la rueda de prensa en el auditorio del IDEA. Allá me senté junto a Álvaro (QEPD), un colega y amigo de entonces. Sirvieron tinto en pocillos de porcelana mientras que la directora de comunicaciones de la institución presentaba el tema. Al querer coger mi pocillo, no pude saber exactamente dónde estaba y simplemente lo tiré al piso entapetado junto con el plato, imposible ser más indiscreto.
- ¡Quiubo güevón! ¿No ha terminado la fiesta de anoche o qué, cuántos se tomó?
- No Álvaro, no estoy borracho, es que no veo por este ojo, y todavía me duele... ayúdeme a salir de aquí, por favor llame a don Jairo*, yo voy a ver cómo hago, tengo que ir a la casa por unos papeles para ir a urgencias.
- ¿Y la moto qué?
- La moto… no sé, dejemos esa HP aquí parqueada, yo vuelvo por ella cuando pueda.
Álvaro llamó al noticiero y explicó la situación, me ayudó a montar en un taxi para ir a mi casa y Juan David, el de Ondas de la Montaña, llevó la moto a la emisora. En la casa decidí pedir ayuda de mis amigos con carro, para que me llevaran al hospital más cercano. Saqué una libretica tipo acordeón, de las que se guardaban en la billetera, llena de nombres de mucha gente que conocía, algunos con carro, en esa época en que los celulares eran escasos, grandes y "de ricos".
A cada uno le conté que estaba ciego de un ojo, que me dolía y que necesitaba quién me llevara al hospital.
Este… "no puedo, tengo que hacer una vuelta"
Este otro… "es que de pronto llueve por la tarde y acabo de sacar el carro de lavada y encerada"
Esta… "No puedo, es muy lejos para mí"
Recorrí toda la lista y ninguno podía, me quedaba uno por llamar, uno con quien no tenía tanta confianza y fue el único que dejó lo que estaba haciendo y tuviera por hacer para ofrecerme su ayuda.
En las urgencias de Altamira me lavaron y vendaron el ojo y me dieron una orden para que me atendieran con extremada urgencia en la Clínica Medellín, en el centro de la ciudad, pues de no tratarme rápido podía perder el ojo.
Me atendieron con prioridad y el oftalmólogo me entregó los documentos para solicitar la queratoplastia penetrante lo antes posible, los papeles para pedir la donación en la Cruz Roja y unas instrucciones para cuidar el ojo mientras que resultaba mi turno en el quirófano. Con todo eso me fue bien. Ni tanto, la cirugía tuvo unos bemoles, pero esa es otra historia…
*Jairo Cano, Jefe de redacción del Noticiero Todelar de Antioquia