Me senté a descansar después de destapar
la entrada, la puerta y el carro
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Momentos en que extraño a Medellín
Esa faena la viví solo, mi esposa y mi hijo estaban en Medellín (Envigado) con la familia, para celebrar juntos la Navidad. Obviamente envidiaba el clima y la posibilidad de estar comiendo muchos buñelos y rechazando muchas natillas. A pesar de que no es de mucho agrado, me imaginaba recorriendo "los alumbrados" con ellos en vez de buscar películas en Cuevana y de verdad extrañaba compartir con la familia la simple existencia, sin necesidad de fiestas ni adornos. Ese día extrañaba mi ciudad sobre todo por el clima que casi nunca cambia, donde nunca caerá tanta hijuemadre nieve.
"¡El antioqueño nace donde le da la puta gana!", era una frase que el tío Mario le decía a sus hijos nacidos en Nueva York, y la conocí de uno de ellos que me la dijo una vez cuando estaba supremamente decaído mientras viví una temporada en North Bergern, Nueva Jersey. Allá extrañé mucho a mi familia y mi ciudad. Cuando recorría las calles latinas del condado me sentía completamente fuera de lugar entre centroamericanos y bachatas -aunque al parecer Medellín se ha convertido en nido de este ritmo-. Los fines de semana me iba donde el primo, en Long Island City, cruzando el tunel debajo del río Hudson, y era mi escape de un mundo extraño y desagradable para mí, por una razón inexplicable, LIC se me parecía a mi ciudad.
A veces me invade la nostalgia de mis años mozos cuando comparto comentarios con antiguos compañeros de la banda marcial del colegio, ellos planean encuentros y toques y yo quisiera estar ahí, sin importar que ya no tenga los callos en los dedos, tocaría el redoblante tan fácil como en 1988, porque la lira #4 (metalófono, glockenspiel) la olvidé a pesar de que fue con ella que obtuve "la gloria". Extraño ese ambiente de la banda y a algunas personas de la banda. Extraño también sentarme a conversar con esos amigos de la universidad sobre los temas importantes en la vida como la necesidad de mezclar tragos para no enguayabarse muy mal, ellos a veces también se reúnen en "foforros" en los que el lazo fundamental es la amistad y un pasado común no muy académico que digamos… las cervezas en la calle, sentados en una acera.
Cuando mi hermano manda fotos de su hijo es de los momentos en que más desearía estar en mi ciudad, para poder compartir con él y con ese niñito que es mi sobrino; y con el resto de la familia esa alegría que traen los niños. De Medellín extraño lo fácil que es ir a visitar a la gente, no sé por qué aquí es tan complicado, casi ceremonioso. No se puede, pero me gustaría que mis hijos compartieran con su primo así como quisiera compartir con mis hermanos y sus esposas.
Quizá yo estoy loco o me dejaron caer muchas veces cuando estaba chiquito. Alucino sabores. En serio, a veces de un momento a otro siento un sabor que desencadena un terrible antojo que me dura por meses, no el sabor, el antojo. Esas papitas criollas hechas en fritadora en el centro de Medellín, que queman como el infierno, pero son deliciosas con mucho limón sin importar que hayan sido servidas entre el esmog por unas uñas que han acumulado la mugre de largos años de trabajo. No me importa, quiero esas papitas que solamente se consiguen allá y que solamente esas saben igual, en la esquina de El Palo con Colombia, y los guarapos en ese pasaje de artesanos sobre Junín, cerca al Parque de Bolívar, el jugo de zanahoria de Al Pan Pan en la Oriental con Ayacucho y los chontaduros de la Avenida Primero de Mayo. Estoy en el mes del chontaduro.
¿Sabe que se extraña mucho aquí de Medellín? Los domicilios. A veces en la casa falta leche o pan, y toca salir a comprarlo a pie o en carro, depende a dónde vaya uno y depende del frío que esté haciendo. En Medellín uno llama a la tienda y muy pronto timbra "el muchacho" con el encargo, un papelito con el precio escrito con kilométrico y unas monedas que obedecen a esa pregunta telefónica: "¿Y devuelta de cuánto?" Hay domicilios para mercados, nunca los he ensayado y ni siquiera sé cuanto cobran, pero sé que es en los mercados caros (IGA, Metro, Mourelatos), tipo Pomona.
Hay productos colombianos que ya se consiguen aquí: chocolatinas jet y nucitas, chocolate, panela, arequipe Alpina, chocolisto, las harinas para hacer: mazamorra (not for me please!), buñuelos, pandebonos, almojábanas, pandeyucas y arepas blancas, amarillas y de chócolo -porque nosotros hablamos en paisa-. Yo hago las arepitas amasadas y a veces hacemos pandebonos, pero extraño profundamente las arepitas compradas en la tienda, de maíz de verdad, a las que se les pone quesito que aquí no se consigue, como tampoco el tomate de árbol, las granadillas, las curubas, los maracuyás y los lulos. Todo eso me hace falta… las rosquitas.
Un paisa fuera de Medellín puede extrañar muchas cosas, fuera de Colombia extraña muchas más. Quizá yo que soy un poco fuera de lo común estoy contento porque hay muchísimas cosas de Medellín que NO extraño, pero esa es otra historia…